Una campaña pendiente

Irina Echarry

HAVANA TIMES — Mucho se comenta sobre la reciente campaña de las cintas amarillas. Lo que más llamó mi atención fue comprobar cómo la gente, sin pensarlo bien, asume un producto.  Claro, todo depende de la forma en que se promueva.

Esta campaña se basó en una historia de amor, nosotrxs llevamos años de entrenamiento con las telenovelas, lo que nos ha hecho receptivxs ―si es que ya no lo éramos― a códigos sensibleros y tan manidos como el amor eterno, la fidelidad en el matrimonio, la madre que no traiciona a sus hijos, etc.

Entonces estaba claro que no era una tarea difícil implicar a mucha gente: identifico un valor (la fidelidad) con un color (el amarillo); hago el cuento bonito, emocionante; digo lo que debemos hacer; empiezo a poner cintas por la ciudad… seguro que la llama prende.

La  mañana del 12 de septiembre las calles se cubrieron de una marea amarilla: blusas, camisetas, cintas, aretes, pulóvers, lazos en los balcones, en los parabrisas de los autos, en las puertas de las casas.

Y, aunque muchxs nos preguntamos si era doble moral o verdaderos deseos de justicia, después de caminar entre “la masa” debo reconocer que más allá de los motivos, la mayoría de la gente estaba involucrada.

Incluso, hubo hasta un poco de creatividad, pues no todo se limitó a las solicitadas cintas ―que el Estado vendió―. Unos fueron más discretos y colgaron de sus llaveros figuras de origami con papel amarillo; otras, simplemente,  prefirieron solo un collar del color del sol.

En una guagua escuché a un grupo de jóvenes comentando sobre las consecuencias de la falta de libertad “de esa pobre gente, mío, que están en cana”.

Lo más falso lo vi en Alamar: frente a la plaza de África un grupo de niños gritaba libertad, libertad, mientras la maestra los mandaba a callar advirtiéndoles que seguirían ensayando hasta que todxs lo gritaran bien alto. Sin contar los spots televisivos que bombardearon por esos días las pantallas cubanas.

Me asombra tanto entusiasmo. Hace poco hubo una campaña contra la violencia de género, el color escogido en este caso fue el violeta ―que dicen es el color del feminismo―, sin embargo muy pocxs se sumaron.

La lideraba una cantante, Rochy. Si bien es cierto que no es tan popular entre el gran público, con la apatía que existe en la isla una pensaría que es más fácil que los jóvenes sigan a una artista que a un político como René.

Rochy y su equipo (por decirlo de algún modo) llevaron mensajes de paz y equidad entre hombres y mujeres a todas las provincias del país; y no vi que fuera tan masiva la participación.

Un poco antes la cantante Haila ―mucho más popular, sin dudas― estuvo al frente de la campaña Únete patrocinada por el Secretario General de la Organización de las Naciones Unidas también a favor de la eliminación de la violencia contra mujeres y niñas.

La llamada Diva del Pueblo, enseñaba una mano con una sola uña pintada de violeta, pero eso tampoco se hizo una moda entre lxs jóvenes.

Mi asombro es porque la campaña por la liberación de los Cinco (que ya son cuatro) es muy particular, incluye solo a esos hombres y sus familias; pero la violencia de género es un fenómeno de gran magnitud, que afecta a la mayoría de las familias cubanas.

No pretendo que se imponga el uso de determinado color, es claro que vestir de una forma u otra no cambia nada.

Lo interesante es comprobar que el Partido/Gobierno, puede hacer (o apoyar) una buena campaña por la no violencia contra la mujer desplegando recursos, originalidad; apelando a códigos sensibleros o no; sensibilizando a las personas… hasta llegar a una ley específica sobre violencia de género. ¿Por qué no lo hace?

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