¿Subsidio o suicidio? Las consequencias del mal trabajo
Irina Echarry
HAVANA TIMES — En plena década del 70, con gran escasez de materiales, se construyó mi edificio. Las familias que vinieron a vivir en él llevaban años sin viviendas por lo que no importaba la lejanía del centro de la ciudad ni la mala terminación de los apartamentos; aquel bloque monolítico en medio de la nada era un palacio.
La Microbrigada, aquel plan especial de construcción en serie, estaba en su apogeo y los trabajadores que en ella laboraban (en el caso de mi edificio eran periodistas, linotipistas, encuadernadores, secretarias, diseñadores) se convirtieron, a pie de obra, en albañiles, plomeros, electricistas, etc. No hubo cursos previos, la práctica diaria y la resolución de problemas, con creatividad, determinaron el aprendizaje.
Así, dando cabezazos, aprendiendo e inventando, miles de personas construyeron sus propias casas en el naciente reparto al Este de la ciudad.
Uno de los puntos débiles de estas construcciones era que los futuros vecinos no podían escoger los materiales que necesitaban o deseaban, sino que tenían que agarrar lo que les asignara el Estado. Por ejemplo, nuestro edificio no alcanzó azulejos; para dar una solución rápida y más barata, baños y cocinas fueron terminados con estuque. Un estuque de mala calidad que ha logrado sobrevivir dignamente en varios apartamentos por más de 40 años. Al principio no lucía tan mal, el paso del tiempo, el mal uso de limpiadores y la humedad fueron deteriorándolo.
Poco a poco algunos vecinos pudieron arreglar sus casas, pero otros nos hemos demorado más. Marina es una de las que no quería seguir con el baño en esas condiciones; estaba cansada de las manchas oscuras y los grandes poros que hacían la superficie del estuque rugosa, por mucho que limpiara nunca lucía bien. Pero ella es jubilada y, aunque trabaja contratada en una escuela para recibir otro salario mensual además de su chequera, el dinero le resulta insuficiente para sobrevivir, así que ni pensar en reparaciones.
Hace unos meses se enteró de que el Estado está subsidiando la venta de materiales de construcción y se acogió al Acuerdo No.7155 del 13 de diciembre de 2011 del Comité Ejecutivo del Consejo de Ministros, que establece la ayuda a damnificados por desastres naturales y personas sin solvencia económica necesitadas de construir o rehabilitar sus casas.
Rápidamente presentó la solicitud en la Dirección Municipal de la Vivienda. Esperó que la dirección de Trabajo Municipal analizara la situación socio-económica de su núcleo familiar y que sometiera su caso a consideración del Consejo de la Administración Municipal del Poder Popular, donde al fin le concedieron el subsidio.
Contenta con el cheque por casi 5000 pesos, comenzó a averiguar sobre la compra. Supo que podía adquirir artículos en algunas ferreterías de divisas (al cambio de 25×1) y en los llamados Rastros. Parecía fácil, arreglaría su baño gastando solo un poco de su tiempo.
Marina todavía no se explica lo que pasó, pero cuando fue a comprar al Rastro encontró todo lo que necesitaba; con tres viajes resolvió las losas que ofertaban en moneda nacional, el cemento cola y los matajuntas, pues su objetivo era solo azulejear el baño. Fue privilegiada, hay quien demora meses y tiene que pedir una prórroga del subsidio por falta de materiales.
En aquel momento el pago del transporte no estaba incluido en el subsidio. De su salario desembolsó el dinero para el bicitaxi que trasladó sacos y cajas hasta el edificio y luego hubo de pagar también a dos jóvenes que subieron los materiales hasta el cuarto piso donde vive.
De pronto se trabó la cosa, ¿dónde encontrar un albañil que haga el trabajo por tan poco dinero? 1300 pesos del cheque se destinan para la mano de obra, o sea, 52 cuc; los albañiles privados exigen mucho más, casi quintuplican esa cifra.
Sin embargo, estos problemas se quedaron chiquitos cuando comenzaron a trabajar y comprobaron que los azulejos se partían al menor toquecito. ¿Qué hacer si ya no hay dinero en el cheque y Marina no dispone de recursos propios? Pues lo único posible era… poner las lozas rotas.
Parece que el baño de Marina está destinado al fracaso; con el arreglo ganó un poco de limpieza y el temor de que en cualquier momento se caiga algún pedazo.
La idea del subsidio debe estudiarse mejor, pues se supone que el objetivo es auxiliar y no traerle más dolores de cabeza a la gente. Habría que concebirlo como un paquete que no se limite solo al dinero sino que incluya un staff de albañiles que cobren el monto que el Estado dispone para eso; de transportistas que trasladen los materiales hasta la casa y, de ser necesario ―como en Alamar― suban las escaleras; y de técnicos que velen por la calidad de los materiales. ¿Por qué permiten la salida al mercado de productos mal confeccionados y con pésima terminación? ¿Por qué lo que se vende en moneda nacional tiene que ser tosco, horrible y mal hecho?
Ya sabemos que es una ayuda pero hay que repensarla, sobre todo porque está concebida para los más necesitados; por lo general, personas mayores que durante su juventud entregaron toda su energía en el trabajo diario. Ahora, ya sin fuerzas, ven en el subsidio estatal una tabla de salvación para reparar aquellos apartamentos mal construidos que una vez fueron motivo de orgullo y alegría, pero que ya están arruinados.
El problema es que se necesitan cooperativas de construcción, dirá Campos. O que faltan cuadros concientes, dirá Humberto. Yo digo que el problema del problema es el socialismo.
Esa es una de las cosas diabólicas de Cuba. El estado supuestamente te ayuda, pero en realidad no lo hace. Te vende la comida y los materiales que no sirven( una falta de respeto permanente al pueblo) y además propagandizan las ayudas como si fueran de primera calidad.
Maltrato y miseria repartida, ese es «el respeto al pueblo».