Los hijos de Guillermo Tell

Guillermo Tell no comprendió a su hijo
que un dia se aburrió de la manzana en la cabeza…

…Guillermo Tell tu hijo creció quiere tirar la flecha
le toca a él probar su valor usando tu ballesta.

Irina Echarry

Carlos Varela en concierto. Foto: Caridad

Hacía años que no escuchaba a Carlos Varela, los pocos temas que tenía grabados se perdieron en cassettes viejos. Aunque en algún momento sentí que me alejaba de sus textos, que ya no me identificaba mucho con ellos, hay canciones que me envuelven en un halo de buenas sensaciones y me emocionan.

A mis manos llegó la grabación del concierto en vivo del 29 de abril de1989, en el cine Chaplin. Volver a escuchar sobre la rebeldía de Guillermo Tell, la nostalgia de Jalisco Park, la ternura de Espantapájaros, la irreverencia de Soy un gnomo, aquellos temas que hicieron época en los 90’, que nos insuflaron ansias de libertad, ha sido agradable y a la vez muy triste.

Agradable porque mientras los oía mi mente me transportaba a la euforia de esos años en los que muchos pensábamos que algo sucedería, esperábamos un cambio grande en nuestras vidas que no se limitara a correr detrás de los camellos, inventar lo que se iba a comer o soñar con que algún día viviríamos mejor.

Acudíamos a sus presentaciones, buscábamos su música con la seguridad de que los jóvenes éramos el punto de giro en la monótona historia que vivía el país. A través de sus canciones vivíamos nuestros deseos, nuestros sueños.

Los temas más íntimos se tornaban universales: la calle no era una simple calle, sino el país; el cuento de Guillermo Tell reflejaba, además del conflicto generacional, una confrontación de los jóvenes con el estatismo del gobierno; el gnomo no solo era la caricatura del cantautor, sino la representación de muchos de nosotros que nos sentíamos ajenos a la realidad; un turista era el pie para comentar el trato diferenciado que recibían los extranjeros, y un parque infantil servía para contar la historia de una generación. El júbilo era contagioso, se pasaba de mano en mano junto a los casetes.

Han transcurrido 22 años de ese concierto y cuando escucho los chiflidos, gritos y ovaciones eufóricas del público no puedo contener las preguntas: ¿qué sucedió? ¿a dónde fueron a parar esas energías? ¿que pasó con las ansias de libertad, la rebeldía, la irreverencia?

Los que gritábamos aquel día en el Chaplin y en cualquiera de sus conciertos de los 90’ estamos hoy dispersos por el mundo, cada uno en su vorágine individual. Tanto los que se fueron como los que nos quedamos en la isla seguimos viendo que nada ha cambiado en nuestro país, seguimos siendo portadores de la fruta amenazada por la flecha de Guillermo Tell, quien no deja que nada cambie y nosotros, callados, obedecemos.

Irina Echarry

Irina Echarry: Me gusta leer, ir al cine y estar con mis amigos. Muchas de las personas que amo han muerto o ya no están en Cuba. Desde aquí me esforzaré en transmitir mis pensamientos, ideas o preocupaciones para que me conozcan. Pudiera decir la edad, a veces sí es necesario para comprender ciertas cosas. Tengo más de treinta y cinco, creo que con eso basta. Aún no tengo hijos ni sobrinos, aunque hay días en que me transformo en una niña sin edad para ver la vida desde otro ángulo. Me ayuda a romper la monotonía y a sobrevivir en este mundo extraño.

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2 thoughts on “Los hijos de Guillermo Tell

  • Irina porque ese ímpetu es propio de los jóvenes. Es la lucha del deber ser contra el ser, a medida que avanza el hombre en edad va ganando terreno el ser. Luego llega el momento de la aceptación y con ello la paz.

  • Interesante la nota, Irina. Es cierto que la visión de las cosas cambia con los años. Aquí en Argentina tenemos (posiblemente le conozcas) una historieta, de hace unas décadas, llamada Mafalda, de Laquin Salvador Lavado, Quino. En una memorable tira, Mafalda escucha un diálogo sobre su lejana juventud entre dos hombres de aspecto acaudalado, y llega corriendo a decirle a sus amigos: “Parece que si uno no se apura a cambiar el mundo, es el mundo el que lo cambia a uno”
    Un cordial saludo desde el Sur
    Pablo (El Dioni)
    Desde La Plata, la ciudadcita de los tilos y las diagonales

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