Juan Carlos Flores, ¿niño? maldito
La poesía es capaz de transformar la memoria, la memoria es capaz de transformar la poesía.
Destino de la ninfa. Los pájaros escritos.
-Juan Carlos Flores
Irina Echarry
HAVANA TIMES — Estaba dispuesta a hablar sobre la vida y el crecimiento espiritual, sobre el proyecto que por estos días hilvano en mi mente. Pero sentada en el parque de Viñales, frente a la iglesia, supe que el poeta Juan Carlos Flores se ahorcó en el balcón de su casa, y ya no pude seguir leyendo nada; mucho menos escribir.
La nota de la UNEAC, tan impersonal como suelen ser los homenajes forzados, me causó rechazo y removió mi memoria.
Alamar, en algún momento, fue un reparto pródigo en poetas, pintores, gente de la cultura alternativa. Un sitio donde la esperanza se mezclaba con el salitre del mar y la energía que emanaba de las personas era contagiosa. De pronto, como por arte de magia, se convirtió en un gran vertedero.
Juan Carlos, como todos nosotros, también sufrió esa transformación. Cuando lo conocí en los años 90, era un muchacho que hablaba del Zen, de la música de Bach y de la poesía asiática con pasión, con la seguridad que da la lectura voraz y constante. A la jovencita tierna que era en ese entonces, no podía dejar de estremecerle la historia de su familia, pero él la matizaba con sarcasmo e ironía para digerirla mejor. Siempre me impresionó su mirada felina, que contrastaba con sus palabras.
Casi enseguida comencé a darme cuenta de que esa persona que convertía una visita a la Biblioteca Nacional en un viaje por la cultura universal, viendo la historia desde su particular punto de vista y con sus firmes opiniones sobre las cosas, no era el joven que parecía ser.
Ni siquiera era ese que se desnudaba en aquellos encuentros donde otros poetas leían los versos que acababan de cocinar la noche anterior. Tampoco era el que escribió Los pájaros escritos, ese gran libro que muchos hubiéramos querido hacer y que él reescribió tantas veces, con meticulosa obsesión. No sé si el verdadero Juan Carlos fue el que se sentía hostigado, rechazado y, como defensa, decidió confrontar a sus amigos, molestarlos.
Quizá no fue él quien escribió: “una mujer y yo sobrevolábamos los muros (…) salía luz del corazón como del ojo de los búhos (…) vencida fue la soledad, ávida red. Una mujer y yo pudimos todo”; ni el que me abordaba en la calle para convencerme de que todas las mujeres son putas malvadas, y prometió hacerme un tour por los bajos fondos de Alamar, porque en realidad yo no sé dónde vivo.
¿Fue el poeta premiado, publicado y reconocido, o el poeta rebelde, maldito, crudo? ¿El que enamoraba con sus saberes o aquel que llegué a esquivar por su perversidad?
Tal vez el verdadero Juan Carlos fue el que decidió sorprendernos, quedar grabado en nuestra memoria más allá de su poesía, más allá de sus performances, más allá de su amor-odio por la vida.
En realidad nunca voy a saber quién fue Juan Carlos Flores, cuántos poetas era, cuántos seres lo habitaban. Así como no voy a enterarme si titubeó mucho antes de colgarse; si solo pensó llamar la atención, escribir su poema más memorable o integrarse totalmente al gran vertedero; si seguía convencido de que “en el reino de la muerte también rompe la luz”, o simplemente se propuso “alterar el equilibrio”.
“En países como este lo mejor es alquilarse un quitamanchas portátil” Juan Carlos Flores