Comprando veneno
Irina Echarry
Lo vi tocar la puerta de casa de Pedro. Estirar el brazo con dinero y salir con la cajita en la mano. Apenas tendrá unos 9 años. Mientras caminaba lo vi llevarse la cajita a la nariz, cerrar los ojos y respirar. Cualquiera hubiera pensado que aspiraba el aroma de un dulce muy rico.
En casa de Pedro venden cigarros, es una forma que encontró la familia para sobrevivir a los nefastos años 90, y que ha perdurado. Es normal que las personas intenten mejorar su economía.
Lo novedoso de ese sitio es que por ahí desfilan desde policías adictos al humo, mujeres embarazadas, ancianos enfermos, choferes del paradero de la esquina… hasta niños pequeños que van a comprar el veneno a sus padres.
Pedro ahora tiene muchos años, pero en un tiempo creó fama de hombre recto, de principios, Vanguardia Nacional en su trabajo y activo colaborador de las actividades que se realizaban en la cuadra.
Cuando se habla de alguien de respeto, enseguida su nombre acude a la mente de cualquier vecino. Sin embargo, a Pedro – ese hombre íntegro, lleno de buenos valores – no le pasa por la mente el crimen que comete su familia.
Metido en la vorágine de la supervivencia, olvida que la infancia debe tener los sueños limpios y sanos. Sus juegos deben ser ingenuos hasta que crezcan y choquen con la crudeza diaria de la vida.
Alguien le dijo una vez (entre los pocos que se percatan de la situación) que no debía vender cigarros a menores, pero él sonrió ignorante y dijo: “es que los padres los mandan…”
Es cierto que los padres debieran poner en las manos de sus hijos dulces, libros o juguetes. Pero también es cierto que Pedro y su familia contribuyen a abrir las puertas de la adicción a criaturas en proceso de crecimiento.
¿No es mejor que ellos elijan, cuando sean adultos, si se adentran o no en el mundo del tabaco?
irina, el libre alberdrío es una ilusión, todo está decidido, y proceso no hace más que repetirse infinitas veces de igual forma.