¿Quiénes somos para someter al prójimo indefenso?

Irina Echarry

¿Por qué le pega?, pregunté al vacío cuando vi desde lejos a un hombre joven dar golpes a un cerdo que, por más desgracia, está condenado a vivir sin ver el sol en un corral rústico hecho con cabillas y planchas de metal.

El delito del animal había sido intentar (solo intentar) respirar un poco de aire puro (alejado de sus heces y la comida podrida) o quizá su instinto le haya dicho: “allá afuera hay algo diferente a la oscuridad” y quiso ver el cielo, las nubes.

Pero ahí estaba su dueño para impedírselo.  Un palo o algo alargado y duro se lo facilitó.  Los golpes resonaban dentro del local como si estuvieran tocando un batá.  Con la misma fuerza. Solo que a nadie se le ocurriría bailar a ese ritmo lleno de dolor, con los lamentos del cerdo acompañando la melodía. ¿O sí?

Al lado, un vecino del cerdo se compadecía en silencio.  Se trata de un perro que nunca he visto aunque hace unos meses que visito el edificio que está al frente, las paredes de su celda lo ocultan de la luz.  Solo conozco sus ladridos de soledad.  No sé qué tamaño tiene, ni qué enfermedad contagiosa esconden con su encierro.

Corrales de gallos y gallinas, patos y ocas. Zoológicos o almacenes de animales en condiciones deplorables.

Jóvenes que se dedican a la caza de aves silvestres para meterlas en pequeñas cárceles en forma de jaulas.

¿Cuándo nos dieron el poder de determinar a quiénes encerramos o quién puede quedar libre?  ¿Quiénes somos para someter al prójimo indefenso a castigos tan severos como el cautiverio o la falta de movimiento?

Quisiera gritar: La libertad es un derecho que nadie debe violar, pero esa es una frase hecha y gastada. ¿La verdad? A nadie le importa si un cerdo no conoce la luz del sol o si un humano está tan encerrado en su ira y sus problemas que no se percata del sufrimiento del otro.

No se da cuenta de que tras el abuso hay otras rejas que se cierran, sumiéndolo en la brutalidad y la indolencia, y que lo alejan cada vez más de lo que pudiera definir la palabra humanidad.

Mientras tanto seguimos en espera de una ley que proteja a nuestros animales.  Lamentablemente, tiene que ser aprobada por los humanos.

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