Irán y yo

Dimitri Prieto

Hace unos años, tuve la oportunidad de conocer a unos iraníes que se entrenaban en nuestro centro de investigaciones. Me impresionó la visión fresca del mundo que muchos de ellos tenían, tan contraria a la que nos imaginamos tienen los pueblos musulmanes.

Vi las fotos de los Ayatollahs en su cuarto de reuniones; aprendí a apreciar la sabiduría de una religión militante, y en la misma medida la rebeldía de quienes militan contra la opresión orquestada desde una religión. Me solidaricé con sus problemas.

Aprendí unas palabras en persa, vi unas bellas películas (después vi más, el cine alternativo iraní es cada vez más popular en Cuba). Supe que el hijab (velo) se usa solo para salir a la calle, que muchas mujeres persas están en contra de esa prenda. Mucho después, tuve la oportunidad de leer Persépolis, la novela gráfica de Marjane Satrapi, que me gustó mucho.

Las recientes elecciones en Irán y lo que pasó después tocan las fibras vitales de cualquier persona que conozca aunque sea lo básico sobre el país persa. Por una parte, a nadie le gusta que potencias extranjeras se metan en los asuntos de su país.  Por eso, se entiende la reacción de algunos iraníes contra los mass media extranjeros.

Pero por la otra, los que hemos vivido en países con historias revolucionarias radicales (aún sin componente religioso) sabemos que una revolución siempre polariza las opiniones de la gente; nada tiene que ver en su esencia con la llamada “imparcialidad del criterio”.

Y hacer una revolución dentro de la revolución es una de las operaciones más difíciles de la política revolucionaria; tan difícil es que prácticamente ningún proceso del siglo xx ha podido darle una respuesta sin perecer en el intento.

De allí que podemos entender perfectamente los sentimientos apocalípticos de los manifestantes en las ciudades iraníes, y nos es dado dudar de la versión de que son personas provocadas por la propaganda imperialista.

El pueblo de Irán según la constitución de ese país tiene el derecho de elegir a su presidente mediante un voto secreto y directo, de entre varios candidatos que representan tendencias (no hay partidos organizados) políticas diferentes.

El liderazgo islámico controla el proceso y tiene la última palabra sobre los resultados en caso de discrepancias. No me corresponde aquí analizar el complejo sistema político de la república persa, solo quiero enfatizar en que hay un pluralismo dentro de la misma revolución islámica en el poder, existe un liderazgo opositor legítimo, y hay participación de la gente en la decisión de quién será su presidente mediante un sistema electoral.

Es una pena que -excepto en las mencionadas películas- los cubanos no tengamos acceso a materiales audiovisuales y mediáticos sobre la realidad iraní, vista desde diversos ángulos de la propia sociedad iraní.

Parece que en determinados temas internacionales persiste el hábito -heredado de la época de la guerra fría- de ver solamente una cara de la moneda.

Pero estoy seguro que de los modos más misteriosos el tejido de la historia es hilado y trenzado por la gente común, y ellos son los que tienen siempre la última palabra. Sus voces serán escuchadas, sus palabras serán transmitidas y guardadas cerca del corazón. Porque la verdadera solidaridad revolucionaria es siempre cuestionadora de cualquier establishment.