Impuestos

Dimitri Prieto

Los pequeños agricultores pagan impuestos, deberían tener derecho a opinar sobre como se invierten dichos fondos-- Foto: Elio Delgado

En Cuba, muchos no estamos acostumbrados a pagar impuestos -a ese deber cívico desagradable que existe en casi todos los países. La mayoría de los cubanos trabajamos en empresas e instituciones estatales, y desde la década de 1960 los salarios se calculan de tal modo que se nos paga a los trabajadores el salario neto. No vemos los descuentos que el Estado realiza, y en el sentido técnico jurídico tampoco somos gravados con impuestos.

La distribución ulterior del plus-producto ocurre según las decisiones que se toman al interior de los órganos estatales, que son los que construyen el presupuesto del país, de sus territorios, de los ministerios ramales y demás entidades.

El caso de los trabajadores por cuenta propia (como los famosos taxistas habaneros que manejan máquinas norteamericanas clásicas de los ´50) es distinto. Ellos sí tienen que pagar impuestos.

Lo mismo sucede con los artistas y artesanos independientes, con los agricultores pequeños (campesinos), con los trabajadores de las empresas con capital extranjero quienes reciben salarios en moneda “fuerte” directamente de sus empleadores, con las personas que ganan algún concurso importante…

Hay una oficina centralizada para el cobro de los impuestos -la ONAT- que tiene sucursales en todos los territorios, y que todos los años hace acciones de marketing social en la TV y otros medios cuando se acerca el momento del pago. Esa publicidad se basa en la idea de que pagar impuestos es algo bueno, pues revierte en el bienestar general de los ciudadanos del país: escuelas, hospitales, etc.

Además, todo trabajador cubano paga automáticamente una cuota a la seguridad social (tampoco tiene que hacerlo directamente, pues los contadores y los especialistas en recursos humanos de su centro de trabajo se encargan de eso).

Y también existen tasas que se cobran mediante sellos y cheques cuando hay que hacer algún trámite burocrático: inscribir un pequeño negocio, sacar una partida de nacimiento, casarse, o solicitar permiso de viaje.  En ese último caso (e igualmente cuando se pretende conseguir un documento para algún trámite internacional, o casarse con un/a extranjero/a) el impuesto se paga en moneda fuerte.

Por último, todos los que salen de Cuba en avión deben pagar una tasa aeroportuaria en el mismo aeropuerto, cuya cuantía ha aumentado desde que se estableció en los ´90. No conozco la razón por la cual ese impuesto no se le cobra a las compañías aéreas, pasando a formar parte del precio del pasaje.  En los aeropuertos a veces se forman colas para “soltar” ese dinero que -ya sabemos- el Estado utilizaría en causas justas.

Pensando en eso precisamente, años ha se me ha ocurrido una idea, que podría quizás ayudar a ahorrar a simplificar el trabajo de tantos funcionarios estatales. Si -de forma visible u oculta- todos los cubanos pagamos impuestos, entonces, todos tenemos en principio el derecho de decidir y controlar a qué proyectos sociales se destina nuestro dinero. Podríamos, entonces, hacer lo siguiente:

1-los impuestos ocultos hacerlos visibles en todo caso

2-establecer una escala progresiva; para hacer más democrático el proceso se podría hacer un plebiscito anual, para concebir la escala

3-en la declaración de impuestos, cada ciudadano determinaría  los destinatarios de cada peso que por ley se obliga a compartir con la sociedad… y quizás no solo entidades estatales podrían recibir ese dinero, sino algunas ONGs también, como la Cruz Roja o las Milicias de Tropas Territoriales… sería como hacer una transferencia bancaria múltiple.

¿Qué es difícil poner en manos de los ciudadanos la confección anual del presupuesto? Probablemente la cabeza de cierto francés llamado Luis XVI de Borbón contenía ideas iguales en 1789… ¿y recuerdan adónde fue a parar esa cabeza?

Muchos países latinoamericanos han experimentado ya con los llamados “presupuestos participativos”. Cuba aún brilla por su ausencia en esa lista.

¿Qué no hay educación suficiente, que se cometerían errores, que habría que informarse y estudiar? Cierto. ¿Pero acaso los gobernantes actuales están a prueba del error? ¿No deben ellos también educarse y estudiar?

Y a la gente de a pie seguramente les gustará más razonar una vez al año sobre a quiénes financiar con su dinero que llenar planillas burocráticas para que transiten por oficinas, y al final decidan otros.

¿O es que nos dirán que el pueblo es demasiado estúpido? Si alguien se atreve, le recomendaré que se haga súbdito del Rey de Arabia Saudita, que creo que es el único país feudal que aún queda en el mundo.