Honduras y yo

Dimitri Prieto

Me impresionó el reciente golpe de Estado en Honduras.

La historia más cercana de América Latina es para nosotros los cubanos un gran polígono de aprendizaje: donde unos ven reediciones de viejos autoritarismos o dogmatismos con rojizos tintes “de izquierdas”, otros esperamos encontrar las respuestas a los grandes problemas que las izquierdas del siglo xx no supieron resolver.

Así, vamos curioseando en torno a las experiencias -ignotas para nosotros “en cuerpo propio”- de elecciones populares de un presidente, de plebiscitos sobre temas cardinales para el proyecto nacional de cualquier país x, de referéndums revocatorios, constituciones de quinta generación o revoluciones ciudadanas.

Cualquier cubano o cubana siempre ven tales procesos con ojos propios, comentan, se cuestionan, y aún muchas veces desconocen los detalles (habitáculo de demonios), pues el canal internacional TeleSUR se ve en Cuba solo durante poco más de una hora diaria, con materiales siempre preseleccionados por alguna oficina prestamente constituida para tal labor.

Pero, ¿un golpe de Estado? ¿En pleno siglo XXI?

A todos nos toca preocuparnos por Honduras. Cientos de médicos, maestros, profesores y otros especialistas cubanos trabajan allí. No nos gustan los actos sorpresivos de violencia institucionalizada. Y sabemos que el territorio de esa república se uso en más de una ocasión para agredir no sólo a Cuba, sino también a Nicaragua, y para luchar contra la guerrilla en El Salvador.

Muchos cubanos y cubanas tienen qué  contar sobre esos hechos; durante el proceso de los últimos 50 años la política cubana de ningún modo ha estado desvinculada de la región. Y fue para muchos una sorpresa que en Honduras, percibido por mucha gente como el país más “pasivo” de América Central, fuese electo un presidente de izquierdas. Los que nos sentimos de izquierdas por supuesto reprobamos el golpe.

Pero, ¿qué hacer ahora? ¿Qué  pasará?

Me cuento entre los que nos solidarizamos con los que actualmente luchas contra el gobierno de facto. Y también con el presidente depuesto y con su gobierno en el exilio. Y también con la “comunidad internacional”, es decir, con otros gobiernos que han dado su apoyo a la causa del derrocado estadista.

Es reconfortante ver una reacción tan unánime a favor de la continuidad democrática en Honduras. Una reacción diversa y firme. Iría allá si es preciso, con un AKM si tienen disponible uno para mí. Al fin y al cabo, soy sargento de las tropas territoriales de Cuba. Todos recordamos lo que pasaba en Nicaragua en los 80, y también lo que después paso en Haití.

Pero, ¿será suficiente la ayuda de los estados, de los gobiernos, la solidaridad desde arriba o aún la más democrática, de las organizaciones extranjeras creadas desde abajo?

Sin dudas, lo más importante, lo más atractivo y novedoso en la política latinoamericana de hoy es la organización de la gente a través de los movimientos sociales, de los sindicatos, de la vía campesina y de las comunidades de base.

Una organización que opera en los intersticios de la institucionalidad tradicional de los poderosos. En las imágenes de las noticias sobre Honduras que recibimos en Cuba muchas veces nos faltan las voces de ese nuevo entorno democrático.

Y -estoy seguro- son esas humildes personas, y no los militares, y no los gobiernos, las que tienen en sus manos las llaves del futuro de su país. La política del siglo xxi se hace hoy, se hace desde abajo y de un modo muy diverso a como se hacía en la época del presidente Allende y el sanguinario general Pinochet.

Pero, ¿es importante para Cuba la experiencia de Honduras?

Por supuesto que sí. Porque nosotros, los cubanos de a pie, somos los que tenemos en nuestras manos las llaves de nuestra isla. Nos toca mirar a los lados y aprender muchas cosas que aún no sabemos hacer. Si observamos bien lo que pasa en la casa del vecino, podemos aprender a cuidar mejor la propia.