Graham Sowa
Si fuera una persona que recibe los beneficios de un veterano, la ayuda de un desempleado federal, o la asistencia médica del gobierno federal, quizás, entonces, estaría preocupada. Pero creo que ni siquiera mis coterráneos que reciben estos beneficios pueden entender lo que significaría en sus vidas diarias un cierre de un gobierno federal, hasta que la realidad los abrume en una complicada situación.
Aquí en Cuba el cierre del gobierno no es tan difícil de imaginar. Creo que casi todo se detendría.
No habría transportación. Más de un 80 por ciento de la fuerza laboral no recibiría sus salarios. Incluso las industrias que en los Estados Unidos son completamente privadas, como el turismo, cerrarían en Cuba. La escuela a la que voy tampoco funcionaría. Los periódicos que supuestamente deberían reportar los efectos de tal cierre no se imprimirían, porque igualmente pertenecen a empresas estatales.
Es fácil imaginar un cierre gubernamental en la Isla porque el gobierno está justamente ahí, desde el helado que acabo de degustar en el almuerzo hasta el ómnibus que monto para ir al hospital.
En el caso de Estados Unidos es mucho más difícil, porque no creo que los ciudadanos norteamericanos comprendamos qué papel desempeña el gobierno federal al facilitarnos nuestra vida diaria. Somos más propensos a ver nuestro gobierno más como una fuente de problemas que de soluciones. Pensándolo bien, quizás los cubanos y los estadounidenses encuentren algunos puntos en común.
Muchas personas en Estados Unidos desean un gobierno más pequeño. Incluso los demócratas, bajo el liderazgo del presidente Barack Obama se han comprometido a recortar 100 mil millones de dólares del presupuesto federal. Otras opiniones, más extremistas, quieren un gobierno tan pequeño que se pueda “ahogar en un bañera”.
La Imagen literal de una Nueva Orleans ahogada después del huracán Katrina hizo que esa analogía violenta fuera menos atractiva. Ahora parece que la posición extrema tendrá que satisfacerse con un simple ahogamiento simulado de nuestras instituciones federales.
Cualquiera que se quede sin aliento y salga primero, ya sean los demócratas o los republicanos, regresará a una situación en la que nuestro país está en la quiebra y con una deuda de trillones de dólares.
Como observador de mi patria desde el extranjero siento que mis sugerencias pueden estar fuera de tiempo, y geográficamente fuera de lugar. Sin embargo tengo un pedido que es apropiado para mi situación actual: que el gobierno de los Estados Unidos deje de invertir dinero para la promoción de la democracia y en proyectos de la Sección de Intereses del país dentro de la oposición cubana.
Menos obvio, pero igual de importante es que no se le dé al gobierno cubano una excusa tan barata y conveniente para descartar las legítimas preocupaciones de sus ciudadanos.
La revelación de unos pocos espías y algunos disidentes, junto con los grandes gastos de dinero financiados por los Estados Unidos, se ha colocado de forma legítima en las manos de la ingerencia extranjera. Y después vimos como estos pocos ejemplos fueron usados para descartar las opiniones y problemas de muchos cubanos como si no fuera nada más que la labor de una oposición atraída por la hegemonía del Norte.
Pero quizás mi pedido se pueda cumplir más temprano que tarde. ¿Será posible que porque el gobierno de Estados Unidos cierre, en una crisis como la recién pasada, podría ver una interrupción en los esfuerzos de cambiar el régimen en la isla?
Si el cierre del gobierno estadounidense sí detiene de forma temporal la participación del país en la oposición cubana, probemos si los cubanos necesitan del dinero de los Estados Unidos o de la culpa que viene con esto, para expresar sus ideas, creencias y conceptos de cambio.
La libertad de expresión no debería venir con un recibo.
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