Panorama de una terminal de ómnibus en Cuba

Graham Sowa

El zumbido de los motores de petróleo cuando están parqueados y sus gases de escape sirven como preámbulo para otras sensaciones en la Terminal de Playa, el principal terminal de guaguas en el oeste de La Habana.

La terminal luce fuera de lugar en Playa. Este es un municipio de La Habana que usualmente se define por las opulentas casas de embajadas, una serie de hoteles a lo largo de la costa, varios centros comerciales para turistas y cubanos con moneda convertible disponible, y un puñado de habitantes de la localidad de clase media.

Claro que siempre hay excepciones para la caracterización usual de los lugares, y la terminal de ómnibus es justamente eso para Playa.

Esta estación es solo una cuadra de Quinta Avenida, la principal calle del oeste de La Habana. La avenida de la terminal está dividida por una franja de polvo y aceras rotas. Algunas hierbas se aferran a la vida.

Los pocos árboles que hay no tienen capacidad para tapar el sol veraniego.  La sombra es una comodidad que, a veces,  tienen aquellos que no pueden pagar para ir a otro lugar y se agarran de algo para tomar una siesta y posiblemente dormir.

La hora pico en la terminal de Playa es una reminiscencia de las vistas de la ciudad presentadas por Dziga Vertov en su documental “El hombre con la cámara de cine” (The Man With the Movie Camera). Le tomaría horas a alguien, detener una escena y tratar de identificar los elementos, movimientos y emociones dentro de esta.

Los autobuses se detienen en  medio del tráfico para dejar a pasajeros que se bajan en condiciones peligrosas, de forma tal que puedan correr hacia su otro trasporte antes de que este acelere. Yo no los culpo, porque dejar ir una guagua puede significar una espera prolongada y calurosa.

Además de las calles llenas de autobuses y personas cazándolas, se encuentran en las cunetas carros ligeros (taxis colectivos) que se dirigen a todas las partes de La Habana.

Se escucha:

“La Habana, Línea! La Habana, Línea! La Habana, Línea!”

“La Habana! 23, La Habana! 23, La Habana! 23”

“Capitolio!Capitolio!Capitolio!”

Los voceadores de estos vehículos gritan dirigiéndose a los trabajadores agotados, y algún que otro  extranjero, anunciando las diferentes rutas.

Estos autos ocupan todo el espacio de la cuneta que no usan los autobuses, esperando por la oportunidad para llenarse. Se suman a la cacofonía con transmisiones absolutas y sistemas de sonidos con resonante reggaetón mientras echan humo y se marchan con una carga completa.

Unos pocos perros vagabundos (o quizás algunas mascotas que se escapan para alimentarse durante el día) vagan por toda la acera en busca de la comida que sobra de la docena de cafeterías  que venden salchichas o pizzas con ingredientes transparentes.

Si el olor del combustible no provoca nauseas, pues el olor proveniente del aceite viejo cocinado durante una semana sí lo puede lograr.

Si nos guiamos por la conducta y la apariencia, la mayoría de la gente está acostumbrada a los olores, la suciedad y el ruido. La gente espera de pie con mirada distante y caras cansadas. Muchos ni siquiera responden cuando alguien busca el final de la cola y grita ‘último!!!’.

Solo los grupos de niños de escuela y de gente que vienen de la playa con sus trajes de baño cantan y se ríen. Veo varias personas con audífonos, haciendo lo mejor que pueden para cooperar.

Salir de la Terminal de Playa puede demorar cinco minutos, quizás horas, depende de los planes y de la suerte. Durante la hora pico las colas son largas y los autobuses se llenan hasta que más nadie intenta apretujarse por la puerta.

El precio de las guaguas locales es 40 centavos moneda nacional, pero el cambio en centavos es casi imposible de conseguir. La mayoría paga un peso y deja que cuente por dos personas. Algunos no pagan, y solo suben o se escabullen por algunas de las puertas traseras.

Siempre me pregunté hacia donde va mi dinero cuando el conductor insiste en que lo ponga en su mano en lugar de la alcancía del vehículo. Sospecho que estas monedas terminan lejos de la estación.

 

Graham

Graham Sowa: He vivido en Cuba durante tres años. Me gustaría achacar la pérdida de cabello, que se ve claramente en esta foto actual, a los rigores de la vida aquí y a la escuela de medicina, pero probablemente se deba a cuestiones genéticas. Las amistades más fuertes que he hecho durante mi estancia en Cuba han sido con otros autores de este sitio web. La fuerza de esas amistades casi ha restaurado mi fe de que el mundo en la red puede traer cambios tanto fuera de esta como en la vida real. Me he ajustado a utilizar Internet una o dos horas al mes. Mientras tanto he redescubierto cosas tales como pasar páginas de libros, escribir cosas a mano alzada, y tener que admitir que no sé algo en vez de buscar rápidamente la respuesta en Google mientras el profesor no está mirando.

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