Por Graham Sowa
Durante una buena parte de mi vida creí que pobreza y miseria eran sinónimos intercambiables. Son pobres. Son miserables. La misma cosa.
Pero ya no pienso que eso sea verdad.
Al reflexionar más sobre cómo llegué a este error gramatical pensé en mi infancia. Provengo de una familia que era capaz de proporcionarme todo lo que necesitaba, y muchas cosas que deseaba.
Viví creyendo que cualquiera que sobreviviera solo ligeramente por debajo de mi nivel de comodidad debía además ser sencillamente mucho más infeliz. Y por supuesto, creía que cualquiera que viviera por encima de mi status socioeconómico debía ser también más feliz.
Creo que esa es también la idea con que crecieron muchos de mis semejantes en los Estados Unidos. Estamos básicamente enamorados de la cultura de lo material; el dinero es simplemente la forma en que la obtenemos. Se suponía que nos hiciera sentir bien.
Pero creo que muchos de nosotros éramos aún infelices. Así es que un número creciente de personas comenzó a tomar antidepresivos para mejorar sus estados de ánimo.
Más de una vez he sentido curiosidad por la razón de que los países subdesarrollados no estén recibiendo ayuda internacional en forma de grandes envíos de Prozac. He visitado docenas de centros de salud en Haití y nunca vi a nadie recetar ningún antidepresivo. Pero entonces, una vez más, dudo que esas píldoras solas bastaran para eliminar la miseria de ese tipo de pobreza.
Mi experiencia personal me ha demostrado que las riquezas y la comodidad no te garantizan estar libre de la miseria. ¿Tendría sentido que existiera una pobreza libre de miseria?
De acuerdo al criterio de Víctor Hugo de “matar la miseria de la pobreza”, creo que Cuba ha hecho más progresos que la mayoría de los países. Este progreso ha consistido especialmente en crear una población que es capaz de sobrevivir a condiciones en las que la mayoría de los que viven en el primer mundo se volverían completamente inútiles.
Es cierto que hay muchas personas sin empleo. Hay prostitución. Hay rincones de oscuridad e ignorancia. Las estrictas condiciones que pone Víctor Hugo no se han cumplido. Y sé que ningún pueblo tan grande como el de Cuba (más de once millones de habitantes) estará nunca libre de desempleo, prostitución o ignorancia.
Creo que Cuba es un buen ejemplo de cómo puede lucir una sociedad cuando la cultura de lo material y la miseria, son escasas. Por supuesto, el ejemplo sería mejor si hubiese más control local y acción colectiva. Pero quizás esas ideas son luces del futuro que se avecina.
Con el primer mundo enfrentando la realidad de austeridad económica, hay muchas lecciones que aprender de Cuba y los cubanos.
Muchos de los que estábamos acostumbrados a vivir con montones de cosas tendremos que ajustarnos a vivir con menos. Y tendremos que ser capaces de hacerlo sin sentirnos miserables. Quizás incluso poniendo a descansar al Jean Marat de Víctor Hugo.
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