Fuera de cuarentena

Graham Sowa

Por la ELAM

Salir de Cuba es un tema de discusión frecuente y también de frustración. Para los cubanos es lo peor, un dilema bien conocido. Aquellos que tenemos residencia aquí, trabajadores y estudiantes extranjeros, debemos recibir visas para salir.

Pero la participación del gobierno cubano no acaba ahí. Los que estudiamos en la Escuela Latinoamericana de Medicina (ELAM) debemos cumplir, de forma obligatoria, una semana de cuarentena cuando regresamos a Cuba.

Esto no es típico únicamente de Cuba. Se sabe que existió, de forma obligada, por cientos de años, mucho antes incluso de que la palabra medicina se acercara a su significado actual. La lepra es el modelo clásico, con muchos ejemplos plasmados en cualquiera de los libros de las tres religiones monoteístas más importantes.

La primera vez que leí sobre la cuarentena cubana fue en Montañas más allá de las Montañas (Mountains Beyond Mountains), historia popular escrita por Tracy Kidder sobre la vida y las luchas del doctor internacional Paul Farmer, amigo de Cuba.

Kidder describe el aislamiento de los cubanos que resultan positivos a los exámenes de VIH, especialmente soldados que regresaban de las luchas independentistas de África. Mis fuertes conceptos sobre la libertad individual fueron retados por el hecho de que este retiro obligado era probablemente el factor más importante para que Cuba se mantuviera  con un índice de VIH mucho más bajo que el de sus vecinos del Caribe.

En la Escuela latinoamericana de Medicina, la separación es, generalmente, en un dormitorio de la beca o en una instalación a unos 20 kilómetros de distancia. Las condiciones no son diferentes a las que tenemos fuera de aquí. Alguien que no lo sepa no podría distinguir entre un grupo de estudiantes en cuarentena o un grupo de estudiantes de la población general. La comida es la misma, las mismas camas; tenemos mucho tiempo para estudiar. Pero se mantiene el hecho: es obligatorio y no podemos irnos antes de que el médico nos declare listo para incorporarnos a la población.

Así que en las dos ocasiones que he viajado al exterior y he regresado a Cuba supe de antemano lo que debía hacer a mi regreso. Trato de enfrentar mi semana con la actitud de que estar separado de todo el mundo protegerá la salud de mis anfitriones y de mis compañeros de estudio. Si tengo suerte, esto me ayudará a pasar las primeras 12 horas sin pensar en lo mucho que quiero salir de ahí.

El deseo de escapar forma parte de un fuerte instinto que poseemos todos los mamíferos y que nos dice que no debemos permanecer en un lugar donde se nos impide salir. Para ilustrarlo mejor, busque un gato que haya estado durmiendo en la misma posición durante las últimas horas, y ponga sus manos sobre el gato y mantenlo en esta misma posición. El gato se retorcerá tratando de salir de tus manos y  de escabullirse.

Los estudiantes inventan todo tipo de cosas para tratar de salir de esta reclusión. Destruyen la propiedad al romper contraventanas de metal para escabullirse. Algunos salen sigilosos durante la noche, pasando cerca de los guardias dormidos; otros hacen arreglos con los médicos o instructores para acortar los días o para que los saquen de la lista; unos pocos no se reportan y esperan que su presencia pase desapercibida.

A la mente humana no le faltan las formas para tratar de salir de la separación obligada del resto de nuestra especie.

Así que mientras algunas personas se quejan por sus problemas al asegurar su derecho a viajar, otras se quejan de su confinamiento obligado cuando regresan. En ambos casos, el Gobierno cubano tiene la primera y última palabra, de nuestros viajes al exterior.

Graham

Graham Sowa: He vivido en Cuba durante tres años. Me gustaría achacar la pérdida de cabello, que se ve claramente en esta foto actual, a los rigores de la vida aquí y a la escuela de medicina, pero probablemente se deba a cuestiones genéticas. Las amistades más fuertes que he hecho durante mi estancia en Cuba han sido con otros autores de este sitio web. La fuerza de esas amistades casi ha restaurado mi fe de que el mundo en la red puede traer cambios tanto fuera de esta como en la vida real. Me he ajustado a utilizar Internet una o dos horas al mes. Mientras tanto he redescubierto cosas tales como pasar páginas de libros, escribir cosas a mano alzada, y tener que admitir que no sé algo en vez de buscar rápidamente la respuesta en Google mientras el profesor no está mirando.

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