¿Hasta qué punto se le debe esconder a un niño la verdad?

Francisco Castro

Foto: Caridad

Hace aproximadamente 15 años se transmitió en la televisión cubana la serie dramatizada para niños “Papá de noche,” una producción colombiana dirigida por el cubano Charlie Medina. Recuerdo que se transmitió durante la programación de verano, y yo, televidente asiduo, comencé a verla con grandes expectativas.

Mis vacaciones de verano, invariablemente, transcurrían en Manatí, pueblo de la provincia Las Tunas, donde había vivido los primeros ocho años de mi vida.

Allí me reencontraba con mis abuelos, mis amigos de la cuadra y la escuela, con la familia que me cuidaba mientras mi mamá y mis abuelos trabajaban, con las casas en la playa, y una serie de libertades imposibles de imaginar en mi ciudad natal, Santiago, a donde mi madre me había regresado.  Pero siempre había tiempo para dedicarle a la televisión.

En Manatí, a pesar del duro régimen disciplinario implantado en mi casa (horarios inflexibles para las comidas, los baños, el sueño…), se me permitía comer en la sala, viendo televisión.

Esa fue una concesión que me gané por mi buen comportamiento en general.

Sin embargo, ese verano de “Papá de noche,” a pesar de que mi comportamiento seguía siendo intachable, no se me permitió comer frente al televisor.  Y el horario de la comida coincidía puntualmente con el de la serie.   De nada me valió pedir amablemente, y luego protestar –como un niño de mi edad- para mantener intacto ese privilegio.  Mi abuelo, el único que exigió cumplir con el régimen, se mantuvo duro como una roca.

Pasaron algunos días para descubrir que podía ir a la casa de la familia que me cuidaba, y allí, gracias a las excelentes relaciones que aún perduran entre nosotros, comer frente al televisor.  Pero esto no podía ser todos los días, y yo no podía conformarme con ver capítulos aislados.  Así que desistí.

Poco después, mi mamá me regaló un libro: “Papá de noche.”  Sin embargo perdí el libro, y aún no sé cómo ni dónde.

Nunca supe –hasta hoy- que todo era un complot de mi abuelo.  Estaba lejos de mi comprensión de niño de casa, inocente y bueno, la guerra contra el contenido de “Papá de noche.”  Estos incidentes pronto quedaron olvidados para mi, y la serie no fue retransmitida –que yo sepa-, así que jamás logré asociar las piezas de lo que hoy se me revela como un macabro rompecabezas.

Como parte de la programación de verano 2010 se está retransmitiendo “Papá de noche.”  Tuve la oportunidad de ver el primer capítulo, y no pude evitar que se me derrumbara algo por dentro.

Julia, la niña protagonista de la serie, crece sin la presencia del padre, y la sufre en la casa, con la madre soltera y trabajadora, y en la escuela con sus amigos. Se pregunta una y otra vez cómo será su padre, y cómo sería su vida con él. Hasta que llega a su casa Pedro, el escritor amigo de su madre que la va a cuidar para que ella pueda hacer sus turnos nocturnos.

Y yo, al igual –ahora lo sé- que miles de jóvenes de mi país – e imagino que del mundo- y que Julia, también crecí sin padre.  Entonces me pregunto: ¿hasta qué punto se le debe esconder a un niño la verdad?

Francisco Castro

Francisco Castro: Todo se vuelve más simple cuando uno cruza la línea de los treinta años. Que no significa que sea más fácil, sino más bien, todo lo contrario. Ahí estoy yo, del otro lado de la línea, tratando de averiguar, con lo poco que sé de arte, política, economía…, vida, cómo seguir sin romper algunos juramentos que parecían esenciales, cómo no claudicar, cómo hacer de los años vividos, un faro hacia el futuro.

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