Materiales para pintar

Por Fabiana del Valle

HAVANA TIMES – Desde que Nadia comenzó el preescolar me convertí en una “madre tirana”. No bromeo, he sido catalogada así por algunas personas. Reconozco que le agregué horarios de práctica en casa, nuevas tareas y por supuesto días de descanso. Sé que no todo puede ser estudio, también debe disfrutar su infancia.

Antes de la pandemia ser maestra de mi hija fue una necesidad. No es que me queje del sistema educativo con sus luces y sombras. Lo que sucede es que distingo mejor las máculas porque soy crítica e inconforme.

Comprendo lo difícil que debe ser para una persona llegar cada día a un aula y enfrentarse a niños que traen sus cabecitas colmadas de sueños. Pero lo más complicado para un maestro en Cuba es dejar los problemas fuera del aula. ¿Cómo pueden dar una clase de Ciencias si aún no descubren la fórmula para llenar el plato de sus hijos?

Me bastaba con revisar los cuadernos de Nadia para comprender las deficiencias. Los espacios vacíos que yo debía llenar, mientras sus maestros salían de cacería, tras el pollo, el arroz, el aceite.

Cuando llegó la pandemia fue una obligación de los padres asumir el rol de maestros. Para muchos la tarea les ha quedado grande y sufren por eso, otros se consuelan con la idea de que en la escuela serán benevolentes, que sus hijos pasarán de grado con las falencias acumuladas.

Para mí que ya tenía experiencia retenida en el disco duro no ha sido tan difícil. ¡Claro que he contado con el apoyo de mis padres que se sumaron a este concurso educativo! Tuve que revisar conocimientos que tenía olvidados, buscar información más actualizada, aprender a explicar cómo todo un profesional.

Disfruté el proceso, le mostré el camino, le enseñé a pensar. Aunque esto me ha ganado algún que otro reproche de mis padres.

Confieso que comparto sus miedos. No sé si mi hija esté preparada para llegar a la escuela. Allí no va a poder expresar su opinión, va a tener que aprender a mentir si quiere obtener buenas calificaciones, que tragarse sus criterios en una realidad cada vez más distópica.

Nadia y sus pinturas.

No le pude enseñar la doble moral. ¿Cómo iba a explicarle que mentir es lo correcto si se quiere sobrevivir? He aquí mi fracaso o victoria como maestra. Para algunos en estos casi dos años de encierro he creado un “pequeño monstruo” que no repite doctrinas como papagayo, que puede crear.

Me queda la tranquilidad de saber que hoy conoce perfectamente todas las materias de su quinto grado. Que cuenta con la capacidad de narrar historias muy buenas y que cada día domina mejor los misterios del color ya que de sus manos salen matices que no alcanzo a ver a pesar de mis años de estudio y práctica.

No sé si he sido buena maestra, solo sé que le entregué las llaves de su propio camino. Pero seguiré sus pasos siempre alerta. No voy a permitir que nadie apague su luz, que le impidan reconocer ese punto anónimo que hay entre el blanco y el negro.

Lea más del diario de Fabiana del Valle aquí.

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