Vacaciones para cubanos humildes

Por Fabiana del Valle

HAVANA TIMES – Mientras el ómnibus avanzaba por la Sierra del Rosario no dejaba de pensar en cuál giro el chofer iba a perder el control. Pretendía llevar un pensamiento positivo por mi niña, por mis amigos optimistas, por mi esposo que cada diez minutos me preguntaba si estaba bien. Pero la fiebre me había subido de nuevo, las adversidades y el estrés conspiraban en mi contra.

Acelera, frena, un bache, claxon.

Todos necesitábamos salir de la rutina, olvidar las necesidades, escapar de los apagones. Una semana de paz, solo eso pedíamos. Pero en dos meses de preparativos los problemas se iban sumando como si una voz de otra dimensión nos empujara a renunciar al viaje.

Loma, curva, abismo, freno.

Un mes antes de la fecha planificada al hijo mayor de nuestros amigos se le presentó una fístula perianal. Todo parecía indicar que el viaje sería cancelado. Mi amiga estaba como loca, el padre del chico también tuvo que ser operado hace años por esta misma razón. Luego de consultas médicas se determinó que podría esperar hasta nuestro regreso. Con algunas recomendaciones y cuidados pero el viaje a la playa se mantendría.

Mareo, vómito, claxon, bache.

A solo dos semanas, un ladrón tuvo el arrojo de entrar por un reducido espacio en la reja que divide nuestra casa de la del vecino. No sabemos si fue por inexperiencia, estaba escaso de tiempo o el espacio de entrada y salida era pequeño, pero solo se llevó un fogón eléctrico y el móvil de mi esposo.

En este móvil estaban todos los contactos de nuestros clientes y proveedores. Perdimos una semana viajando desde las oficinas de ETECSA hasta la estación de policía. Para recuperar el número debíamos esperar al menos quince días porque no tenían líneas para reponer la que se habían robado. ¿Y la policía? Pues nada, “una partida de ineptos”.

Acelera, frena, un bache, claxon, curva.

El depósito para el viaje ya estaba, mi esposo recién había pasado por una amigdalitis bacteriana, yo comencé con fiebre la noche anterior a la partida y aunque al regreso nos esperara el gasto de un móvil nuevo “ya estábamos arriba del burro y había que darle los palos”, como decía mi abuela.

Loma, curva, abismo, freno. ¡Y llegamos al Campismo San Pedro!

El Campismo San Pedro, nuestro destino.

La cabaña amplia, bonita, con una nevera grande, ventiladores en cada habitación y aire acondicionado que no podíamos usar (lo tenían desconectado por el ahorro energético), apagones, la turbina del agua rota, un restaurant sin servicios y un bar siempre cerrado.

La señal telefónica solo se podía encontrar debajo de una ceiba. Allí se reunían todos los huéspedes con los móviles en alto, gritando para poder ser escuchados por la persona al otro lado de la línea.

La playa sucia, llena de basura, el césped sin cortar, locales y cabañas en ruinas. Y como la naturaleza no deseaba cooperar nos envió de regalo una tormenta tropical que nos dejó un día y medio sin electricidad.

No todo fue un infierno. Mi fiebre desapareció, hicimos nuevos amigos, nos reímos de los insectos que a pesar de las cáscaras de coco encendidas continuaban con su empeño de picarnos. Nos hicimos fotos, pescamos, cazamos cangrejos, saltamos sobre las olas, recogimos caracoles, compartimos con nuestros hijos y por algunas horas al día olvidamos que al finalizar la semana nos esperaba el hogar y sus carencias.

Acelera, frena, un bache, claxon, curva.

Desde el ómnibus murmuramos un adiós al mar y le abrimos los brazos  a la “lucha diaria”. En casa nos esperaba Don Apagón, la turbina del agua rota, la ropa sucia y con olor a salitre, el refrigerador vacío y los bolsillos apenados.

La extraña sensación de culpa por los gastos sigue ahí, como si intentar escapar por unos días fuera un pecado. Por eso para espantar las dudas cierro los ojos, respiro y repito como un mantra: “yo también merezco un poco de diversión”.

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