Una historia de peces

Por Fabiana del Valle

Por Fabiana del Valle

HAVANA TIMES – En el estanque el agua les parecía corrupta. Cuando llegó “el líder” pensaron que los podría salvar, por eso arriesgaron sus vidas, una causa en común les parecía justa y necesaria.

Al fin llegó el día de la victoria, el líder se paseó en todo el estanque con sus compañeros de lucha, todos celebraban a su paso. Luego esos compañeros al percibir sus ambiciones decidieron rebelarse y fueron eliminados uno a uno.

El líder se convirtió en “dios supremo” y los colocó en una caja de cristal. Prometió ríos de leche, montañas de azúcar, adoctrinamiento desde la cuna. Ciegos y sin noticias de otros estanques creyeron cada palabra. Dedicaron loas a sus hazañas mientras los hermanos ateos eran descartados en actos de repudio.

Formaban un cardumen cada vez que eran convocados para beber discursos y con las migas caídas del cielo alimentaron sus esperanzas. Así pasaban los años moviéndose en silencio por el espacio establecido. Romper las normas puede ser peligroso.

Llegaron momentos tensos, cortes de luz, huidas, pequeñas rebeliones. El “dios supremo” desde su podio prometía que todo iba a mejorar, ellos continuaban fieles y ciegos.

Algunos pensaban que cuando no estuviera “el dios” podrían ser libres. No comprendían. Los dioses no mueren tan fácil y este es de los poderosos, de esos que pierden la corporeidad y cual espíritu oscuro controlan desde su custodiada roca el futuro de la pecera.

Como siguen prisioneros en sus jaulas de cristal suelen olvidar los horarios de comida. Han escuchado que más allá del vidrio hay lugares esperanzadores, aguas menos pútridas. Deciden saltar, pero solo los afortunados caen en el gran estanque y ofrecen rayos de luz, otros nadan al vacío.

Desde arriba los dioses prometen salvación, vomitan consignas, culpan a otros dioses de sus desgracias, aplacando ánimos de los alevines rebeldes que ya no quieren resistir.

Cada día la pecera se ve más triste. Los viejos despiden a sus hijos mientras conservan una lejana esperanza de rodillas en el altar.

Hace tiempo se agotó el oxígeno. Nadan en la superficie pero el agua es fuego que arde en sus venas. Hartos de todo increpan a los dioses, estos a su vez los dejan sin luz.

Pelean entre ellos, el ambiente se torna salobre con cada adiós. En el agua cada vez más densa flotan los cadáveres de sus hermanos. Los gritos, antes presos en burbujas rebotan en los muros de cristal.

Es ahora o nunca –dicen mientras la superficie queda manchada por lágrimas negras.

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Fabiana del Valle

Fui una niña que soñaba con colores y letras capaces de lograr las novelas más leídas o esos poemas que conquistan a corazones rebeldes. Hoy cerca de los cuarenta, con los pies firmes en esta isla, dejo que el pincel y las palabras sean eco de mi voz. Esa que llevo apretada, prisionera de las circunstancias y mis miedos.

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