Tengo miedo del alrededor que vivimos
HAVANA TIMES – Tengo miedo del amanecer, repetir la rutina de todos los días y seguir anclada en el mismo puesto.
Tengo miedo al ver como se consume mi madre frente al fogón de leña, la espalda más encorvada cada día, los dedos que no alcanzan para sumar desdichas mientras sus lágrimas emergen por el humo y la desesperanza.
Mi hija crece delgada y triste, sueña con poco y me cuesta tanto complacerla. Tengo miedo del brillo en sus ojos cuando ve un video de algún influencer que estrena materiales nuevos y me pregunta si costarán mucho. «Yo ahorro», me dice y sé que lo hace pero no es suficiente.
Es una adolescente de trece años que no espera ropa interior de Victoria´s Secret, uñas acrílicas, viajes a Varadero o ir de compras con las amigas. Una chica simple, que solo desea crear su propio mundo con palabras e imágenes, una chica que cambia lujos por pinceles, acrílicos, marcadores y lápices.
¡Se parece tanto a mí! Me espanta que termine como yo.
Tengo miedo de cumplir 65 años y que la jubilación no alcance para un cartón de huevos, de ser como esos ancianos grises que caminan arrastrando los pies por las calles rotas mientras el estómago les ruge y el bolsillo no les alcanza para una pizza individual.
Tengo miedo que al vendedor de la esquina le quiten la mercancía que no se encuentra en la farmacia. Ya el problema no es reunir el dinero para los medicamentos es ver morir a los míos sin atención médica.
Tengo miedo a las escuelas donde la violencia, los robos y la corrupción es lo primero. De los adolescentes con droga en las aulas mientras las autoridades ocultan los hechos a los padres preocupados y que a un director le interese más el flequillo de una estudiante que sus resultados académicos.
Duele cuando llega este sentimiento, ese momento en el que odias ser cubano, donde el amor patrio se tergiversa y la «orden del día» es aguantar.
No quiero aguantar, quiero vivir, quiero ver a mi madre alegre de nuevo y no sentirla llorar por las esquinas cuando piensa que no escucho. Se ha ganado una vejez tranquila con sus necesidades cubiertas, merece la seguridad absoluta de que el pan que le ofrecemos alcanza para todos.
Tengo miedo a esta Isla que nos consume, nos atrapa inexorablemente, destruye las ilusiones, nos roba la esperanza de un futuro mejor.
Tengo miedo de despertar un día con el valor suicida para salir a la calle y reclamar mis derechos. Pasar de ser una ciudadana «libre» a un rostro que solo recuerden aquellos que me aman y me necesitan aquí, junto a ellos “al pie del cañón”. No, no puedo terminar mi vida como alimento para aves de rapiña, no puedo terminar viviendo entre rejas mientras mi familia se pudre en una cárcel más cruel.
Me temo a mí misma cuando descubro que sigo siendo la misma ilusa a pesar de los años. El martillo me golpea constantemente y sigo adelante, paso a paso reinvento los mapas para encontrar el camino que me ayude a sobrevivir en esta isla.