Mi derecho a vivir

Por Fabiana del Valle

HAVANA TIMES – Esa noche sufrí una especie de experiencia extra corporal, por unos minutos abandoné el papel de protagonista por el de espectadora. Allí, sentada en el muro de la presa me vi como la mujer de 41 años que soy. El cabello castaño ondeaba sobre mis hombros, la ropa húmeda y en la piel descubierta algunas gotas resplandecían a la luz de la luna.

Una mezcla de paz y melancolía se fusionaba en mi mirada. Las piernas recogidas, los brazos entrelazados. Cada cierto tiempo llevaba el cigarro a los labios y el humo giraba levemente a mi alrededor formando remolinos en la penumbra.

Dentro del agua mi esposo y nuestros amigos reían, sus voces frustraban el silencio de la noche.

¿Fabiana que haces? Ven, dale.

Estoy fumando, ya voy.

La sonrisa en piloto automático, la fonética ajena, la misma sensación que he percibido en otras ocasiones cuando he escuchado mi voz grabada. 

Para volver al agua y unirme a ellos debía retomar el control de mi cuerpo. Dejar de observarme a mí misma como una presencia nostálgica que reflexiona sobre el pasado y mira al futuro con incertidumbre.

Abandonar a la Fabiana que en ese momento rememoraba una noche parecida a esa, en ese mismo lugar pero 20 años atrás cuando cinco amigos decidimos escapar del ruido de la discoteca para sumergirnos en la tranquilidad de la naturaleza.

No había lugar para las preocupaciones solo compartir chistes y música. La guitarra, compañera fiel de aventuras, prometía ser la banda sonora de la velada. Una botella de alcohol, cigarros y mi vieja cámara Canon como testigos silenciosos de confesiones y anécdotas compartidas.

Cada canción, cada historia, parecía fortalecer el vínculo. La incertidumbre del mañana no tenía espacio por eso cuando los primeros destellos del amanecer asomaron por el horizonte subimos a la torre. La cámara capturaba sonrisas, abrazos y miradas que hablaban de una amistad inquebrantable.

Pero el tiempo pasó y cada cual escogió su camino. Cuatro partieron hacia otras orillas, yo me quedé de este lado.

Despierta Fabiana -me dije intentando retomar el control. Hace tiempo me convencí que no tiene sentido estancarse en el pasado, es necesario abrazar el presente y avanzar hacia el futuro.

Me puse de pie y con cuidado de no resbalar me acerqué al agua donde ellos jugaban. Mi esposo tomó mi mano y me abrazó, ese era mi lugar, afuera la vida continuaba, la ciudad se apagaba o iluminaba por bloques y el cielo nocturno cambiaba para dar paso al amanecer.

Ambos sabíamos que pronto daría comienzo la rutina de cada día, la lucha para sobrevivir, la cacería para llevar algo de comer a la mesa, el momento del adiós para los amigos que parten, los brazos abiertos para los nuevos que llegan a nuestras vidas y hacen que vivir en esta isla tenga un mejor sabor.

Por eso dejé la nostalgia atrás, sobre aquel muro reí, tomé, fumé y bailé a la tenue luz del amanecer.

Ningún sistema político o situación económica van a robarme el derecho a vivir.

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