Marina y Amelia

Amelia Calzadilla. Captura de pantalla

Por Fabiana del Valle

HAVANA TIMES – Cuando Marina vio la directa de Amelia Calzadilla lloró. No pensó si la muchacha podía ser una actriz exponiendo de un modo magistral un guión de madre atormentada.

Se sintió identificada y conmovida con ese video. Reconoció en Amelia su propia angustia, el discurso airado era el suyo.

Marina no pide mucho, no sueña con un carro del año o pasear por los canales de Venecia. Para ella todo es simple.

Su felicidad se resume en crear frente a un lienzo, desbordar sus ideas en un texto, sostenerse con el fruto del trabajo, cuidar de su hija y vivir el “sueño de la casita feliz” con su pareja.

Pero a sus treinta y nueve años aprendió que de nada vale soñar mientras la realidad extienda su abanico y le atrape cada día. Su naturaleza artística le nubla y a veces es difícil centrarse en lo más urgente: sobrevivir.

Vive en un país donde se debe trabajar y sufrir el presente para tener un supuesto futuro próspero que nunca llega. Es una mujer paciente a pesar de todo. Porque nadie en el mundo posee el aguante del cubano, por más de sesenta años seguimos esperando una vida mejor.

Como madre ha tenido que ver a su hija partir a la escuela sin desayunar y con un pan desgranado para la merienda. Ella no soporta esconder sus ideas pero contiene a la niña de once años, le pide silencio, que aprenda a mentir.

Mientras los mosquitos atacan en la oscuridad y el trabajo pendiente se acumula piensa. Si no puede escapar de esta cárcel, si no puede ofrecerle un mejor panorama a su hija necesita encontrar un camino. Uno que le permita salir adelante. Para ella es preciso un cambio, apretarse el cinto, sacar pecho, crecer como la guerrera requerida en este tiempo.

Marina es una madre cubana, desde el amanecer piensa cómo resolver los alimentos del día, hacer magia para que alcance el arroz, estirar los frijoles para que den varias comidas, freír las croquetas en el sartén embarrado con aceite.

Tiene que comprar medicamentos a sobreprecio porque no alcanzan en la farmacia. A veces no hay ni una duralgina en la casa para bajar la fiebre.

Debe conseguir lápices y libretas para la niña porque en la escuela no se los garantizan. Ayudar con trabajos prácticos sobre temas políticos, le provocan nauseas pero su hija lo necesita para pasar de grado.

Así que toma de su tiempo y se sienta a responder preguntas con las respuestas que los maestros van a aceptar. Mentir una y otra vez porque su hija se niega a repetir la misma “muela”.

Marina al igual que Amelia son madres de a pie, resisten la imposibilidad  y la desesperanza día a día. No importa si la historia de esta última queda sepultada en las redes, su luz apagada por amenazas, mitigada por el miedo. El mensaje es claro:

“No tengo dinero para irme legal ni ilegal, porque tampoco tengo que hacerlo, porque yo nací en este país igualito a ti; los derechos ciudadanos que tengo son los mismos que tienes tú y mis hijos tienen derecho a crecer aquí, a trabajar aquí, a formar una vida aquí, a comerse la comida de aquí, y todo el mundo tiene que respetar eso”.  Amelia Calzadilla

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Fabiana del Valle

Fui una niña que soñaba con colores y letras capaces de lograr las novelas más leídas o esos poemas que conquistan a corazones rebeldes. Hoy cerca de los cuarenta, con los pies firmes en esta isla, dejo que el pincel y las palabras sean eco de mi voz. Esa que llevo apretada, prisionera de las circunstancias y mis miedos.

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