Enfermera improvisada

Por Fabiana del Valle

HAVANA TIMES – Los síntomas generales son: fiebre elevada, dolor de cabeza intenso y detrás de los ojos, dolores articulares y musculares, náuseas, vómitos, agrandamiento de ganglios linfáticos y sarpullido. Pero si nos ponemos fatal luego de pasar la fiebre pueden aparecer otros síntomas de gravedad; dolor abdominal intenso, respiración acelerada, hemorragia en las encías o nariz, piel pálida y fría, cansancio, agitación, vómitos o heces con sangre, sed intensa y debilidad.

Al no existir un tratamiento específico para curar el dengue, este depende de los síntomas de la gravedad. En el dengue clásico sin signos de alarma el tratamiento se enfoca en que la persona infectada repose en cama. Es importante ingerir abundantes líquidos, tomar paracetamol para controlar la fiebre y el dolor muscular. Lo más importante es monitorear si aparecen signos de alarma y acudir al doctor.

De esto sé un poco ya que hace dos años aproximadamente pasé por este proceso, no fue agradable. En aquel momento fue mi esposo quien realizó las labores de enfermero y “ama de casa”, yo no podía ni levantar la cabeza de la almohada.

De algo me sirvió esta experiencia para estar prevenida ante cualquier síntoma de alarma y de las medidas a tomar en caso de ser positivo. Por eso cuando mi esposo me dijo que no se sentía bien me inquieté. Agarré el termómetro en una mano, el teléfono en la otra para consultar de nuevo en internet los síntomas y medidas a tomar.

No soy paranoica, pero en aquel momento nos encontrábamos en mi casa paterna, por allá los centros médicos quedan distantes y el trasporte es pésimo. Conocíamos de un nuevo brote de dengue y oropouche así que coloqué un mosquitero sobre Dariel mientras él comenzaba a temblar de frío.

¿Qué sabía sobre el oropouche? En realidad, muy poco, solo que es una enfermedad parecida al dengue con un curso más benigno sin la presencia de síntomas de alarma.

Esa primera noche fue terrible, la fiebre no bajaba de 40 grados. Vinagre y alcohol bajo las axilas, paños húmedos en la frente, paracetamol cada seis horas, ducha fría y nada. Cuando comenzó a delirar me asusté. Alrededor de las 5 am empezó a ceder la fiebre y pude descansar.

Ya de regreso en San Cristóbal lo llevé al policlínico. Ese día solo tenían cuatros ámpulas de dipirona pero estaban destinadas a los niños, tampoco pudo realizarse un conteo de plaquetas y un leucograma porque la persona encargada del laboratorio había ido a su casa a comer. ¡Nada, estas cosas solo pasan en Cuba! Pues no hubo otra opción que continuar con mis métodos caseros pero efectivos.

A los cinco días recibí una llamada de mi mamá para comunicarme que mi hija también estaba con fiebre. En este caso los síntomas no eran tan graves. Cuando la traje a San Cristóbal sí había dipirona y la persona encargada del laboratorio estaba en su puesto de trabajo.

Cuando la niña estuvo mejor regresamos a casa, allí nos enteramos que mi hermano, mi tía y mi mamá estaban con fiebre también. ¿Qué cosa es esto por Dios?, me dije y puse manos a la obra.

En fin, unos cuantos días más lidiando con pacientes. Medía la tensión arterial de la tía, una pastilla a mi hermano, un caldo y gelatina para mami que no le apetecía comer y el termómetro viajando de una axila a otra.

Fueron unos días prósperos para aumentar mi calidad como enfermera improvisada y ratificar la certeza de que vivimos en un país que se hunde entre apagones, mosquitos, miseria y enfermedades.

Ahora mientras escribo con el cuerpo y los nervios molidos me pregunto: ¿quedará alguien con fuerzas para que cuide de mí cuando caiga?

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