Por Fabiana del Valle

HAVANA TIMES – Mis primeros juguetes fueron libros. Mamá a menudo relata cómo en una ocasión antes de cumplir un año me cansé de jugar con los trastos que tenía. Desesperada porque no había progresado en las labores de la casa fue al librero de mi padre y tomó uno de los volúmenes más gruesos.

Pensaba que el pobre libro no iba a terminar bien la jornada, en ese momento le daba igual el destino del ejemplar, urgía ganar tiempo. Logró mantenerme entretenida durante horas y el libro terminó ileso tornándose en uno de mis juguetes preferidos.

Aprendí a leer con cuatro años. No recuerdo los detalles por supuesto, según me han contado yo preguntaba el sonido de las consonantes y sola comenzaba a practicarlo con las vocales hasta que llegaba a formar palabras.

A los nueve leí Los dos capitanes (Dva kapitana) deVeniamín Aleksándrovich Kaverin. Dada mi inmadurez perdí muchos detalles de la trama, pero eso abrió mi apetito de lectora, comencé a devorar cuanto libro estuviese a mi alcance.

Mi padre en varias ocasiones se vio obligado a esconder algún ejemplar no apto para mi edad precoz. Esos, los prohibidos, los rastreaba y leía después escondida bajo la cama.

Fue a los once años luego de recorrer el mundo fascinante de John Ronald Reuel Tolkien cuando despertaron mis ganas de escribir. Soñaba con crear novelas que atraparan al lector, enamorar entre el sentimiento de las palabras y el color de mis pinceles.

Era joven e ilusa al punto que visualizaba un futuro de oro: ¡Artista y narradora reconocida, respetada tanto en galerías como en los gremios de escritores!

Crecer lleva mucha fuerza de voluntad y cada uno de mis escritos terminaba cogiendo polvo en la gaveta. Formar parte de la farándula del arte puede ser difícil en un país donde las oportunidades para las nuevas generaciones son cada vez más escasas.

Me acobardé, perdí el ánimo por hacer realidad cada uno de mis sueños. Las estaciones pasaban tan rápido sin comprender que luego sería demasiado tarde. Devorada por la situación económica, por ser madre y padre a la vez, por dejar que las circunstancias de una isla minaran mis metas, me autocastigué.

No voy disipar el talento creativo que mi padre me legó, como hizo Javier Valle, el último del clan en la Isla, personaje principal del libro El polvo y el oro de Julio Travieso.

Javier fue maduro historiador licenciado en Yale, quien, durante el periodo prerrevolucionario  indagó en la historia de su familia y participó activamente en la insurrección contra Batista para terminar fusilado por comprender que no había peleado contra una dictadura para caer en otra.

Yo por el momento permanezco esquivando balas frente al muro, segura de mis ideas. He despojado de polvo cada palabra, lienzos y pinceles. Mi presente se ha convertido en una carrera contra el tiempo para conquistar un futuro de oro.

Empujado por los escoltas, dando tumbos, fue hasta el muro, donde le colocaron frente a seis soldados, pequeños, oscuros, todos iguales, parecidos a las figuritas de plomo de su niñez. Entonces tuvo miedo de una muerte que en su vida nunca fue algo tan inmediato y que ahora sí se hacía real, verdadera. La presencia de la muerte, fría ráfaga de aire, le hizo temblar. “Padre nuestro que estás en los cielos”, rezó en silencio. “El polvo y el oro” de Julio Travieso

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