Cuba y las despedidas

HAVANA TIMES – Personas, sueños, épocas, van pasando con los brazos en alto mientras yo sigo estancada en el mismo lugar. Cada etapa de mi vida ha sido inscrita por el adiós. Quizás a mis cuarenta y dos años debería estar acostumbrada, pero cada despedida deja una huella, un vacío imposible de llenar.
Los cubanos existimos en el ejercicio constante de las despedidas, nuestras familias son archipiélagos, fragmentadas, dispersas, reunidas solo por llamadas y mensajes de WhatsApp que a veces se pierden en el camino.
Recuerdo que por los noventa cuando yo tenía ocho años mis “tías del norte” vinieron de visita por primera vez. Para nosotros los niños era toda una novedad, al fin podíamos ponerle rostros a esas cartas que los abuelos leían con ojos húmedos. La semana fue toda una celebración la casa llena, risas, abrazos, veinte años de historias para compartir.
Las visitas se comenzaron a repetir todos los años, para mis abuelos cada despedida era más dura, esa podía ser la última vez, ese podía ser el último beso, hasta que llegó un día en el que los dos ancianos ya no estuvieron para decir adiós.
Después se fueron los primos, amigos de la infancia, compañeros de la escuela. Algunos organizaron fiestas, otros partieron a escondidas como si tuvieran miedo que la Isla les cobrara por atreverse a buscar algo mejor.
El amor en Cuba siempre está en lista de espera. Mi primer esposo un día conoció una alemana dispuesta a sacarlo de aquí. El me pidió que lo esperara, que un día nos íbamos a reunir y yo le di a escoger, quedarse conmigo o partir sin mí. Se fue. Con el tiempo entendí que en un país donde el futuro es incierto el amor tiene fecha de caducidad.
Muchas personas han tenido que elegir entre quedarse con sus parejas o dejarlos ir. Algunas mantienen relaciones a distancia con video llamadas pixeladas y promesas, otras simplemente guardan los recuerdos en una caja.
Los cubanos también nos despedimos de cosas materiales. Le decimos adiós a la luz eléctrica, a los medicamentos, a los espacios recreativos, a los libros, al pan de la bodega, a los alimentos que se van como pasajeros de un tren fantasma, a la educación, a la esperanza, las profesiones. Ingenieros, médicos y maestros se despiden de sus carreras para hacer de taxista, trabajar en una Mypime, o vender cualquier cosa en una esquina para sobrevivir.
Aquí la muerte y la distancia a veces se confunden, hay personas que se van y es como si murieran. Es un duelo silencioso pero constante. Las abuelas agonizan esperando que su nieto consiga visa para verla una última vez, los amigos se van y nunca más sabemos de ellos, los padres envejecen mientras sus hijos les prometen: «El año que viene voy». Duele cuando te dicen: «Nos vemos pronto» y «pronto» puede ser nunca. A pesar de todo seguimos inventando formas para mantenerlos vivos. Sus fotos en la pared, sus nombres en cada recuerdo.
A veces me preguntan por qué sigo aquí, cuando tantos se han ido. La respuesta es simple, no tengo los recursos. Cuba es mi casa a pesar de su caos, todavía quedan personas que amo y me duele dejarlas atrás, mi madre envejece y ya ha sufrido muchas despedidas, en esta tierra está mi historia, aun así, si pudiera también me iría a otro lugar donde respirar no resulte tan caro. Mientras tanto, mi vida sigue entre maletas empacadas y abrazos que nunca duran lo suficiente.