Cuba, mi Castillo Rá-Tim-Bum

Por Fabiana del Valle

HAVANA TIMES – Siempre que mi viejo televisor ruso lo permitía (pasaba mucho tiempo roto) me internaba en el mundo mágico de los dibujos animados. Imaginar colores sobre la pantalla en blanco y negro era parte del reto.

Uno de los programas favoritos de mi niñez fue Castillo Rá-Tim-Bum, una serie de televisión brasileña dirigida al público infanto-juvenil.

Como desde pequeña gocé de una fértil imaginación me refugiaba según el estado de ánimo en cada uno de sus personajes: Biba, Pedro, Zequiña o Nino. Siendo este último con el que más me identifiqué.

Nino, un chico de 300 años vivía solo con sus dos tíos en un castillo en el centro de Sao Paulo. No podía asistir a la escuela debido a la edad y posición como aprendiz de hechicero.

Sus amigos eran animales y entes sobrenaturales pero no eran suficientes, necesitaba de otros como él. Usó magia para atraer a unos niños que lo visitaban todos los días, aliviando de este modo la soledad.

Debido a mi edad inocente los sueños de viajar por el mundo parecían realizables, esas ganas de expresar ideas no tenían límites. Crecer y madurar es inevitable. Esas conexiones que no lograba establecer hoy son más evidentes.

Gracias a las recargas de mi tía he descargado algún episodio de la serie. Solo que conlleva mucho gasto de megas, no me puedo dar esos lujos. Ahora sí puedo ver los colores, ahora comprendo, el protagonista y yo tenemos cosas en común.

He crecido en una fortaleza, rodeada por el mar, sin escapatoria posible. Los “tíos” me tutelan, fabrican leyes, hechizos para mantener el control desde sus torres. Convivo con seres de pensamientos sobrenaturales y posturas ridículas que no son suficientes para mí.

Pero como fijar metas lleva sacrificios, me concedí el riesgo de sobrevivir en este castillo que cada día se cae a pedazos. Donde los pasillos se oscurecen con los apagones y los mosquitos vagan como vampiros. Me temo que pronto leer o comentar un buen texto puede ser peligroso.

En este castillo que habito hace treinta y nueve años, escasean los medicamentos, los niños pierden el derecho a tomar leche cuando cumplen los siete, las calles se llenan de agujeros, el transporte es un caos, algunas zonas carecen de agua potable, no hay aceite, buscar el alimento básico es toda una batalla, las colas son infinitas. Algunos con suerte logran escapar, cruzan el muro, arriesgan sus vidas por un futuro mejor.

Tengo una hija. Por ella he decidido cambiar como hizo Nino. Esforzarme más, hacer magia para que su pan ácido tenga mejor sabor en la merienda, los textos que escriba en clases no contengan mentiras para satisfacer reglas y no sea rechazada por pensar diferente.

He decidido disfrutar cada minuto de felicidad mientras pueda. Porque sí, algo de eso queda por estos lares. El calor de la familia, las bromas a la hora del café, la esperanza compartida en la sonrisa de mis padres, los besos húmedos de mi hermano, el hombro firme de mi pareja, el abrazo invaluable de mi niña.

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Fabiana del Valle

Fui una niña que soñaba con colores y letras capaces de lograr las novelas más leídas o esos poemas que conquistan a corazones rebeldes. Hoy cerca de los cuarenta, con los pies firmes en esta isla, dejo que el pincel y las palabras sean eco de mi voz. Esa que llevo apretada, prisionera de las circunstancias y mis miedos.

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