Las buenas intenciones tecnológicas
Por Esther Zoza
HAVANA TIMES – Para usted son 6000 pesos, puro, le escucho decir al revendedor a la salida del Centro Comercial de Carlos III. Trato de disimular mi asombro. No contaba con que las cajitas decodificadoras estuvieran a ese precio en el mercado negro. Abrumada por la imposibilidad de adquirirlas asumo que llegar a casa y decirlo a mi familia no será tarea fácil.
La compra de una caja decodificadora se ha convertido en una odisea para los citadinos, expuestos a su obligada adquisición. El cubano habituado a disfrutar de unas horas de reposo en familia frente al televisor ve ahora amenazado su descanso y disfrute.
La sustitución de la televisión analógica en Cuba comenzó a gestarse a mediados del 2000 y como todo proyecto tiene sus desaciertos, teniendo en cuenta que somos un país subdesarrollado.
Ahora, una ola de disconformidad ha comenzado a expandirse en la población. Las opiniones son disimiles, pero todas concuerdan en un punto, su desafortunada marcha en estos momentos. Momentos de crisis económicas y sociales.
Si algo es cierto es que la mayoría del pueblo cubano no cuenta con un respaldo financiero que haga posible la adquisición este artículo. Los pocos recursos con que cuenta están destinados a la alimentación y el transporte. Es utópico pensar que los trabajadores y pensionados puedan adquirir a 50 MLC o a 6000 pesos MN este objeto utilitario, que nos permitirá acercarnos al primer mundo. Pero cómo aproximarnos a los países desarrollados cuando se ha dificultado su venta no solo con precios desorbitantes.
En un principio no se reordenó su venta a lugares más asequibles como tiendas o bodegas cercanas a las viviendas. Incluso si se hubiera querido masificar su comercialización se hubiera controlado por la libreta de abastecimiento. La mala gestión de los centros comerciales y las indisciplinas de sus trabajadores hicieron proliferar las transacciones ilegales.
La realización de este proyecto así como la obtención del equipo idóneo de televisión para los cubanos, solo acrecentará las diferencias en la población, dejándonos el conocido sabor agridulce de la inequidad.