La batalla por el tubo

Erasmo Calzadilla

Habiendo abordado a eso del mediodía el ómnibus P4, cansado ya de ajetreos, y con la triste expectativa de permanecer más de una puñetera hora en aquel infierno caliente; me avalancé, aventajando a otros pasajeros, sobre uno de los pocos rincones privilegiados para los que viajan a pie.

Pegado a un asiento y recostado a un tubo encontré un sitio relativamente cómodo, lejos del ajetreo del pasillo y con cierta ventaja en la lucha que por el asiento se desataría si alguno de los sentados frente a mí se apease.

Todavía rondábamos la urbe cuando parqueóseme al lado una … señora mayor. La pobre, no tenía donde agarrarse, así que metió la muñeca entre mi cuerpo y el tubo al que yo había inconcientemente abracado sin dejar que nadie más se sujetase.

Sin pensarlo dos veces separé la panza del tubo para que pudiera ubicar su mano holgadamente, pero la doña en lugar de agradecérmelo afincó el brazo y hundió su codo justo en mi abdomen, como para impedirme arrebatarle su conquista.

Ganas no me faltaron porque me llevó incómodo buena parte del trayecto, y arriba de eso echándome miradas desafiantes. Fue un alivio verla bajarse.

Volví a ubicarme frente con frente al tubo pero dejando un margen por si alguien quería sujetarse. Cerré los ojos con la esperanza de dormitar y que el tiempo pasara rápido, pero al momento sentí un bulto tibio recostado a mi lado.

Se trataba esta vez de un hombre grande con cara de pocos amigos y pulsos religiosos en la muñeca. Una ola de prejuicios debe haberme asaltado porque agarré el tubo con firmeza y me arrequinté abriendo las piernas para no ser desplazado.

Percatándose de mi maniobra me miro el tipo de arriba abajo como diciendo “¿Y este en qué está?.” Con el repletarse de la guagua su robusto cuerpo cayó más y más sobre el mío hasta el punto que ya era difícil sostenerme en la estratégica posición.

Tuve que empujar con mucha fuerza en sentido contrario para contrarrestar; en un momento de alivio llegué hasta quitarme el reloj por si la cosa se calentaba. Pero no, el hombre pronto se apeó; e incluso intercambiamos palabras cordiales a propósito de una viejita a la que ayudamos con los bultos.

¡Por fin! Pero antes de verlo salir por la puerta ya había otra sombra rondando; demasiado cerca para tanto calor. Miré con el rabillo del ojo por ver ¡quién pinga era ahora!, y para mi sorpresa tratábase de un dulce manguito.

Sin maquillaje ni perfume, ‘sea justo como me rompen el coco a mí. Las hormonas deben haber hecho su pincha pronta y eficazmente porque repentinamente me volví amable y separé una de mis manos dando espacio para compartir el tubo. Ella sin embargo prefirió desplazarse hacia zonas menos hacinadas del P4.

Luego siguió repitiéndose la historia pero yo estaba ya harto de batallar por el sala’o tubo, así que cedí el pseudo privilegiado puesto y terminé ador-meciéndome en el sopor de la multitud.

Erasmo Calzadilla

Erasmo Calzadilla: Qué difícil me resulta introducirme en público; lo he intentado muchas veces pero no me sale. Soy más menos lo que aparento en mis post, añada algunas cualidades impresentables y revuelva; con eso debería bastar para un primer acercamiento. Si quiere profundizar un poco más pídame una cita y espere respuesta.

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One thought on “La batalla por el tubo

  • jjajajajaaj te pones letal chama, acere te van a escachar las cazuelas en la cabeza, jajaja no estamos en el medio oriente que puedes tener unas cuantas jevitas al mismo tiempo.

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