Como las hormigas por el almíbar

Erasmo Calzadilla

Jovenes cubanos.

Algo cómico, y por momentos trágico, nos viene sucediendo hace algún tiempo a un amigo y a mí.  Jose Forte, el socio de este cuento, era de la bandita de humildes muchachones, amantes del Rock y de mentes intranquilas, que despuntamos por los 90 en el habanero municipio de Arroyo Naranjo.

La sed espiritual llevó a muchos de estos loquillos a matricular en carreras sociales por curso dirigido que ofrecía la Universidad de la Habana, y mientras tanto hacían el trabajo que apareciera para ganarse unos kilos: sepultureros, rateros, carga bates, proyeccionistas,  etc.

Este último es el oficio de Forte, y aunque empezó en destartalados cines de barrio hoy se ha superado y labora en uno de las más importantes salas de la capital: La Rampa.

Mientras el rollo corre por el proyector hay tiempo para estudiar, y Forte lo aprovechó aprendiendo historia y teología.  La primera para hacerse licenciado; a la segunda lo condujeron sus conflictos existenciales.

El caso es que como también a mí me gusta flipear sobre estos temas, cada vez que nos encontramos, sobre todo durante el viaje nocturno de regreso a casa, nos enredamos en entretenidas discusiones teológicas que nunca logramos concluir.

Como Forte habla un poco alto y todo el mundo en la guagua se entera del asunto tratado, nos viene ocurriendo de manera recurrente y puntual que aparece un cultero a darnos un sermón.  Es tan predecible que ya nos da risa solo de verlos aproximarse dando rodeos, atraidos por el tema como las hormigas por el almíbar.  Y luego apenas podemos disimular la carcajada cuando comienzan el monólogo.

Curiosamente los sermoneros son siempre chicos muy jóvenes, elegantemente vestidos (el último llevaba tres sortijonas de oro en sus dedos), instruidos y de buenos modales, pero vienen con “la verdad,” hablan, hablan, dicen lo que creen y nunca escuchan.  Interrumpen la conversación y nada aportan a ella.

Pero no todos los días Forte y yo estamos para la teología, a veces la política acapara nuestra atención.

Conversábamos una vez en casa de un amigo, de padre militar, sobre la necesidad de cambiar la constitución y reformar el papel de la Asamblea Nacional del Poder Popular.

Estábamos en el interior de un cuarto, pero la voz de Forte retumbaba por toda la casa.  Entonces apareció de improviso el señor padre de nuestro amigo para aclararnos que en su casa no se podía gusanear.

Esta vez no hubo sermón; y tampoco risa.  Recogimos los bártulos y nos fuimos cuanto antes mientras nuestro amigo sostenía una fea discusión con su progenitor.

Y eso es todo lo que iba a contar…  ¿Cuánto faltará para que se extinga la intolerancia?

Erasmo Calzadilla

Erasmo Calzadilla: Qué difícil me resulta introducirme en público; lo he intentado muchas veces pero no me sale. Soy más menos lo que aparento en mis post, añada algunas cualidades impresentables y revuelva; con eso debería bastar para un primer acercamiento. Si quiere profundizar un poco más pídame una cita y espere respuesta.