De San Blas hacia el encuentro con el Che

Elio Delgado Legón

Las montañas de Escambray. Foto: perlavision.icrt.cu

HAVANA TIMES — Al día siguiente de haber regresado el capitán Chaviano del campamento del Che, es decir, el viernes 13 de diciembre, de 1958, bajamos todos de la loma “El Piquito”, hacia el caserío de San Blas, para partir rumbo a El Pedrero a ponernos bajo las órdenes del Comandante Ernesto Guevara, que cumpliendo órdenes del Comandante en Jefe Fidel Castro, había asumido el mando de todas las tropas rebeldes que operaban en el centro del país.

Por gestiones del capitán se había conseguido un camión de doble tracción y una camioneta para que nos adelantara hasta donde fuera posible y así ganar tiempo, pues el Che necesitaba tener cuanto antes reunidas todas las tropas.

La salida de San Blas sería la parte más difícil del trayecto, pues había que subir la loma La Ventana, que tenía unos cuatro kilómetros de subida bastante empinada. Una parte de los guerrilleros se subieron al camión y a la camioneta, pero otra parte, entre los que me incluyo preferimos subir a pie, pues no confiamos en que los vehículos pudieran escalar sin problemas la empinada loma, lo que entrañaba un riesgo de accidente.

Al mediodía, comenzamos la subida de La Ventana. Los que íbamos a pie nos adelantamos para ganar tiempo. Poco después salió la camioneta con un pequeño grupo, y después salió el camión. Tal como habíamos pronosticado, la camioneta no llegó al final de la loma, pues se fundió a unos pocos metros de la parte más alta y quedó en el medio del camino, lo que entorpecía el tránsito del camión por el lugar.

Cuando el chofer del camión se encontró con la camioneta en medio del camino, trató de pasar entre la camioneta y el precipicio, que quedaba a la derecha, pero el borde del camino cedió y casi cae al precipicio. Los pocos compañeros que aún quedaban sobre el camión se tiraron precipitadamente al sentir el peligro, pues ya sabíamos, por cuentos que hacían los vecinos del lugar, que los vehículos que habían caído por ese precipicio habían quedado completamente destrozados.

El chofer amarró el camión con una soga gruesa que traía, de un árbol del otro las del camino y salió a pedir ayuda. Ya eran más de las cuatro de la tarde y todavía estábamos en lo alto de la primera loma; es decir, a unos cuatro kilómetros de San Blas.

El capitán Chaviano, que había previsto las dificultades que se podían presentar, había estado gestionando un jeep de doble tracción, que era propiedad de un ganadero de la zona llamado Lino, quien se lo prestó, pues Chaviano tenía urgencia de llegar a El Pedrero, con algunos de sus oficiales para comenzar a organizar las acciones mientras llegaba el resto de la tropa.

Chaviano seleccionó a los oficiales que irían con él y me incluyó a mí, que era su ayudante. Partimos de lo alto de La Ventana y comenzamos un camino difícil por las zanjas que atravesaban el camino. Chaviano era un chofer de experiencia en carretera, pero nunca había manejado en lomas, por lo cual, al bajar la siguiente loma después de La Ventana y tratar de vadear una zanja algo profunda, el jeep se viró hacia la derecha y quedó con las ruedas hacia arriba.

Casi todos los compañeros saltaron del jeep cuando vieron el peligro, pero yo, que estaba sentado en el centro, al lado del chofer, quedé atrapado debajo del carro, y uno de los tubos de la carrocería me aprisionó el brazo izquierdo y me hizo una fractura completa del radio, poco más arriba de la muñeca y ésta quedó completamente luxada.

Cuando los compañeros levantaron el jeep, y yo vi en las condiciones en que estaba mi brazo izquierdo, me invadió la desesperación y la impotencia, pues sabía que la guerra estaba llegando a su fin y yo no podría participar en esos combates finales. En ese momento saqué el revólver que llevaba en la cintura y disparé dos tiros al aire para descargar mi ira, lo que me costó una reprimenda del capitán Chaviano y que me quitara el arma, aunque más tarde me la devolvió. Tuve que regresar a San Blas para que me atendiera el médico. El capitán me entregó un billete de 20 pesos, por si necesitaba comprar algo, y un campesino me prestó un caballo y me acompañó para después regresar con el animal.

Así comenzó mi segunda estancia en San Blas, mientras mis compañeros seguían hacia El Pedrero.

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