El placer de ver el agua correr

María Matienzo Puerto

A long time ago each one of the city’s fountains took on a life of its own, so they speak even when they’re not even there.  Photo: Caridad
Hace mucho que cada una de esas fuentes ha cobrado vida propia y por tanto ellas dicen aún cuando están ausentes. Foto: Caridad

Nunca he pensado en esos oficios y ni siquiera me cuestiono quién siembra los árboles en mi ciudad ni cómo se llama el hombre que pasa bien temprano por mi calle barriendo lo que otros desechan.

Aunque El Principito, con su farolero, cuenta entre mis libros preferidos, no me había detenido a pensar en lo importante de estas ocupaciones hasta que lo conocí a Él.

Estuvo, durante diez largos años, preso por diferencias ideológicas y cuando salió de prisión el único oficio que encontró fue el de “operador de fuentes” en la empresa de comunales (así le llaman aquí a la empresa encarga de la limpieza de la ciudad).  Su trabajo era encender y apagar fuentes aunque la primera que le tocó no se tiene memoria alguna de su función.

Al cabo de un tiempo lo ascendieron a una más importante: La Cascada (23 y Malecón).  Iba todos los días, y su responsabilidad, la misma: vigilar por la limpieza, porque la gente sofocada no se zambullera, encender y apagar el motor que impulsa el agua altamente contaminada de Malecón que circula por sus piedras.

Así estuvo varios años hasta que, a diferencia del farolero de El Principito, decidió dejar el oficio.  No creyó, como yo, en la poesía de su oficio.

Pese a que yo no tenga el valor de abandonar mi oficio de escribidora y correr a ocupar su plaza, de lo que nunca Él se enterará es que su historia sirvió para que yo comenzara a leer, con otros ojos, lo que me cuentan algunas de las piedras en la ciudad.

Hace mucho que cada una de esas fuentes ha cobrado vida propia y por tanto ellas dicen aún cuando están ausentes.

Por ejemplo, Alamar, quizás sea una localidad tan agreste por no tener una ni siquiera de agua salada; la que está en la Ciudad Camilo Cienfuegos, la última vez que la vi necesitaba una reparación capital; la del Cotorro se nota que su construcción es reciente por la frialdad y el mal gusto con que fue construida; en mi caminar por la villa de Guanabacoa, aunque su nombre significa “tierra de aguas,” no he visto ni siquiera una.

Otras, las antiguas y casualmente las más bellas, olvidan en ocasiones cuál fue su cauce.  Así le sucede al mausoleo que se erigió en su honor, durante la república el general devenido presidente, José Miguel Gómez (G y 29).

A veces se ve alguna frase de sarcasmo correr por sus aguas, quizás los homenajeados sientan que se les debe alguna explicación.

Y es que el arquitecto Don Albear, creador de la obra hidráulica más grande de la América Latina del siglo XIX, estuvo mucho tiempo seco y ahora, que vuelve a tener el preciado líquido, recuerda que está justo a la entrada de Obispo, en uno de los barrios habaneros con más problemas de agua.

Pero bueno, no todo es tan árido y unas cuadras más abajo se levantan otras, en medio de la ciudad restaurada, donde, para satisfacción de cubanos y turistas, no deja de fluir la vida.