El Gato Al Agua [2]

Francisco Castro

Mi familia y algunos amigos se burlan de mí por el hecho de que guardo todos los papelitos y envolturas que utilizo hasta encontrar un cesto donde botarlos, y porque les exijo que hagan lo mismo. Me dicen “el ecologista”. Sé que en el fondo saben que tengo razón, pero prefieren la burla antes que reconocerlo.

Ellos eligen la burla, pero otros, desconocidos e inconscientes, podrían elegir otro método para expresar su desacuerdo conmigo.

En la ruta P-16 -una de las que más personas transporta en Ciudad de La Habana-, en el tramo entre las paradas de la Ciudad Deportiva y Cerro y Boyeros, presencié pasivamente tres de las posibles indisciplinas sociales que se pueden cometer en un ómnibus.

Primero, una señora de edad madura, con aspecto de trabajadora del campo, bastante robusta, pelaba una naranja y tiraba las cáscaras y el jugo en el piso del ómnibus.

Luego, un hombre también de edad madura, con portafolios, acompañado por otro más joven, ambos con aspecto de oficinistas, escupió en el suelo y luego le pasó el pie por arriba a la escupida.

Y por último, un jovencito con pulóver apretado y calzoncillo por fuera, encendió tranquilamente un cigarro.

Nadie pareció enterarse de nada, solo yo, que observé calladamente, pensando en las sanciones que podría imponerles de tener algún poder físico o judicial. Y una vez más, sentí vergüenza.

Me avergüenza confesar que sentí  miedo de las reacciones que podría haber ocasionado si les hubiera llamado la atención, e imagino que lo mismo habrá pensado un grupo de los que viajaban en el ómnibus. Quizás otro grupo lo vio como lo más normal, y otros ni se enteraron.

Pero algo me reconforta. Desde el lugar que me corresponde, denuncio y seguiré denunciando estos comportamientos. Tal vez esto sirva para que alguien piense cómo y cuándo ponerle el cascabel al gato. Entonces avanzaremos en el empeño de convertir a Cuba en el país más culto del mundo.