El Dios de las pequeñas cosas

Armando Chaguaceda

Cheburashka and his friend crocodile Guena
Cheburashka y su amigo el cocodrilo Guena

Llevo  semanas convertido en una especie de “maquila intelectual,” atenazado de trabajo, informes burocráticos y  proyectos que parecen no despegar nunca.  Cansado de sostener un precario equilibrio entre los compromisos y los sueños. Contento de hacer lo que me gusta y enfermo de pensar en mi gente y mi isla.

Y es en estas horas, en los pocos ratos de ocio frente a la PC, que “me doy permisos” para navegar por la web buscando recuerdos.

Hoy he descubierto una página salvadora (http://munequitosrusos.blogspot.com/) que reúne aquellos animados que disfrutamos y sufrimos, cada día, los niños de mi generación ochentera. En los 80 tempranos mis amiguitos y yo apenas conocíamos algunos viejos cartoons  (Pixie, Dixie y el gato Jim) heredados de la etapa pre-revolucionaria.

Y empezábamos a caer seducidos por la magia japonesa, con sus mega-robots Voltus y Mazinger, sus novelones de “Ositos  Polares” perdidos y niños que buscaban “El Dorado.”

Pero el plato fuerte de cada mediodía (antes del noticiero) y de las 6pm eran los “muñequitos rusos.” Ese  era el nombre genérico que  le dábamos a los animados producidos en la antigua Unión Soviética y los países del Pacto de Varsovia.

Generosamente exportados a sus hermanos caribeños, algunos eran insufribles por su ritmo lento, su estética atrasada y su factura rudimentaria – “Los muñecos de Nieve”-, otros  portaban  ingenio, gracia y agradables diseños -“El antílope dorado”- y  todos forman parte del recuerdo vivo de, al menos, tres generaciones.

Mejores eran a nuestros ojos los húngaros y polacos (Aladár el niño cosmonauta, Bolek y Lolek, los amigos traviesos),  aunque gozábamos con algunos soviéticos donde el lobo amenazaba con un “Deja que te coja¡¡¡” a la astuta liebre o donde  “Los Músicos de Bremen” vestían jeans para cantar, rock mediante, a la amistad.

Hoy todos esos cartones, casi sin distinción, son venerados por su huella en nuestras historias personales, en las bromas que hicimos, los motes que nos pusieron, la admiración o fobia que suscitaban. Y en el blog en cuestión se pueden leer  comentarios que desbordan nostalgia, humor y aquellas pequeñas cosas que ayudan a vivir y conforman nuestros Dioses veladores, según nos cuentan trovadores y escritoras.

Me asaltan preguntas. ¿Estaremos volviéndonos patéticamente idealistas al paso de los años y la distancia?  ¿Podrá atesorar la generación del Nintendo, el telecable y la cyber-cultura la sensación de comunidad que, a merced de monopolios estatales y bloqueos,  la mía guarda consigo?  ¿Es más liberadora la “plural” oferta  de cultura de masas con la  que buena parte de nuestra TV y el mercado clandestino de la imagen (antenas y video-bancos) compiten entre sí?

No creo tener respuestas ante este dilema de la falsa “elección consumidora” y la “administración -estatal- de la virtud.” Pero sé que no dejo de volar con aquellos muñes  a mis borrosos recuerdos, y que siempre recibo, en esos viajes, enormes transfusiones de alegría, aderezadas por una furtiva lágrima.  Y eso, a la tropa de http://munequitosrusos.blogspot.com/.., se lo agradeceré siempre.