Sobre tiendas y bodegas de la Habana
Por Eduardo N. Cordoví Hernández
HAVANA TIMES – Hace unos pocos días robaron en mi bodega. No muchos años atrás, se oía decir con relativa frecuencia: Ayer robaron en mi bodega o ¡Anoche robaron en mi bodega! Sin embargo, ahora las bodegas, donde venden algunos productos racionados, están prácticamente vacías.
A principios de mes -momento en que llegan los abastecimientos-, o a finales -cuando los que no tenían dinero pidieron prestado o habían estado comiendo de la reserva-, son días complejos para los bodegueros. Se forman largas colas, el resto del tiempo, hacen cuentos o juegan damas o ajedrez.
En mi niñez, era diferente.
Las bodegas ya no son bonitas. No dan deseos ni de comprar. Uno compra por necesidad ¡Que es –en buena técnica– como debe ser!
En La Habana, decimos: mi bodega. Sólo compras en esa. La mía es la de 19 y Tejar, su ubicación es su apelativo. En mi barrio, aunque tienen nombre, las llamas por su dirección. Antes, no.
Ahora, la mía, es la bodega que fue de Pancho, quien dejó de ser dueño desde 1968. Ese año tuvo lugar la Ofensiva Revolucionaria que puso todos los timbiriches y negocios particulares en manos estatales, o sea, del pueblo.
Pero luego de seis décadas se les sigue llamando como antes. Igual le decimos Dolores a la Avenida Camilo Cienfuegos, o Carlos III a la Avenida Salvador Allende, o La Casa de los Tres Kilos a la tienda Yumurí.
Lo de los tres kilos no se refería al peso de lo comprado, sino a los bajos precios pues kilo era llamado popularmente el centavo. Hoy nada vale centavos. Hasta principios de los sesenta del siglo XX, podías comprar cosas por menos de un medio. El medio es la moneda de cinco centavos. La de más bajo valor, después del centavo, moneda rarísima de ver actualmente. Ya también es raro ver un medio y, las pesetas –piezas cuyo valor es veinte centavos– están en franco proceso de extinción.
Antes comprábamos en la bodega de Esteban, aunque podíamos hacerlo en cualquiera. Por ejemplo: en la del Calvo, que era bajando por Tejar, al doblar la esquina de calle 20, hacia abajo. O en la de Atilano, que era siguiendo por Pocito, en la otra esquina. O en la de Delfín, subiendo entonces por 19, frente a la de Pancho. O en la bodeguita de Matanzas, a media cuadra entre la de Pancho y la de Esteban. O en la del Chino, en la esquina de 20 y Dolores… Casi había una bodega en cada esquina. Si no era bodega era farmacia, bar, cafetería, una panadería o una tienda de ropa. Podía ser un puesto de viandas y frutas, quincalla, taller de zapatero remendón, una carnicería…
Resulta sospechoso que existieran comercios tan próximos siendo rentables, en un país donde hubo una revolución, para dar bienestar y libertad al pueblo.
Casi hasta 1965, las bodegas vendían de todo. ¡Qué maravilla! ¡Cuántas botellas con etiquetas bonitas! Vinos españoles, rones cubanos, coñacs, sidras ¡Bah!
¿Y confituras?
La bodega de Esteban es hoy un puesto de viandas. Antes era increíble ver allí tantas delicias. Bombones de licor, besitos de chocolate, que eran unos bomboncitos en miniatura; bombones grandes de crema con una capa de chocolate, otros semejantes a los besitos, pero grandes, con envoltura metálica de colores. Africanas, petters, Chicletts, bizcochos duros, otros llamados achampanados, queques, panqués, galleticas dulces llamadas De María, otras llamadas Gacusa, otras de chocolate, de chocolate con crema de vainilla, cuadradas, rectangulares, redondas… ¡Y las de sal! Galletas El Gozo, galletas Gilda, las llamadas De Barco, galleticas de Soda, Siré… ¡Y caramelos!
¡Qué manera de haber cosas en esa bodega de Esteban! Más allá, bolas de queso amarillo recubiertas de cera roja. Colgaduras de chorizos, morcillas, longanizas, butifarras, salame, mortadella, jamonada, las pencas de tasajo y de bacalao. Latas de conservas… Y ¡esto era lo que se veía! Porque en la nevera había una fiesta de refrescos: Cawy, Royal Crown, Coca-Cola, Pepsi-Cola, Ironbeer, Materva, Salutaris, Piña Lanio, Jupiña, Orange Crush, Ginger Ale, Green Sport… Además: Cervezas de producción nacional: Hatuey, Polar, Tropical, Tropical 50, Cristal; La Cabeza de Perro creo era norteamericana. Y las Maltas, también se fabricaban en Cuba: Hatuey, Maltina, Trimalta Polar…
La calidad, cantidad y variedad de productos ofertados en la bodega de Esteban, sobrepasa a las Shoping que vendían en moneda libremente convertible o divisas hasta hace unos pocos años o de las actuales, donde se compra hoy (año 2023) con tarjetas MLC. Con la salvedad de que ahora venden productos importados. Además, había facilidades de pago para clientes fijos. Y regalías: al comprar café regalaban el azúcar; si frijoles, la sal o las especias. Y, gratis, los envases que hoy compramos.
Un refresco costaba cinco centavos. Muchas veces, jugando yo ahí, en el portal de la bodega, con otros chicos, cualquiera llegaba y sin conocernos le decía al dependiente: Oye, dale refrescos a los fiñes.
Hoy, en el 2023, en cafeterías y merenderos ¡No en bodegas! un refresco embotellado cuesta casi ciento cincuenta pesos, si enlatado más. ¿Quién regalaría hoy uno a un chiquillo desconocido?
En mi barrio nunca fue noticia el robo de una bodega. Al oír hablar de robos y asaltos hoy, es de atención lo siguiente:
A finales de los cincuenta del siglo XX, cuando mi madre me llevaba a la escuela, caminábamos unas siete cuadras. Veíamos a las puertas de las casas, litros vacíos con una moneda de veinte centavos, llamada peseta, dentro. Así el lechero, cuando pasara a dejar el lleno, cobraba y recogía el envase. Eran tiempos malos, pero nadie se robaba los litros vacíos ni llenos ni las pesetas. Y con una peseta ¡entonces! uno almorzaba.
Para qué contar más…
Lea más del diario de Eduardo N. Cordoví aquí en Havana Times.
Que tiempos aquellos que ya pasaron pero que convienen recordar. Yo recuerdo lo del lito de leche en la puerta y eso que vivo en un primer piso, pero el lechero subia con su cajon de litros llenos y se llevaba el vacio. Nada de eso existe hoy.
Como siempre su autor nos recrea con sus interesantes crónicas una época dorada de la isla, donde los establecimientos rebosaban de mercancías. Este trabajo lo que hace la boca agua narrando esas delicias como los chocolates, que tanto gustan a los pequeños. Ellos son los que más sufren al carecer o ni conocerlas en este momento donde en las mipymes solo compran los millonarios.