Recuento de lo vivido en mi barrio
Por Eduardo Cordoví N. Hernández
HAVANA TIMES – En realidad, haciendo un recuento histórico de situaciones, circunstancias y experiencias de la vida social en mi barrio, lugar donde siempre he vivido, he tenido que presenciar la partida, casi definitiva –sin que esto tenga nada que ver con la muerte–, de gran cantidad de familiares, vecinos, compañeros de trabajo y amigos.
Uno siempre tiende a clasificarlo todo. A agrupar las cosas, para entenderlas mejor. Es una forma de ordenar el mundo, para tratar de entenderlo un poco.
Ahora mismo, iba a decir con tremenda seguridad: «En Cuba…» para referirme a mi país, y aunque sigo teniendo esa seguridad en cuanto a la ocurrencia, me doy cuenta de que no me consta, porque prácticamente, he vivido toda mi vida en La Habana. Aunque pasé el servicio militar en Cabañas, que está en Pinar del Rio, y para desmovilizarme de la vida militar me llevaron a cortar caña a Colón, en Matanzas, «en la concreta» siempre he vivido en La Habana. Así que voy a expresarme con toda la propiedad de la experiencia que me consta.
En La Habana, uno separa a la gente que conoce en dos bandos: «los que están» y «los que se fueron» o, mejor, en «los que están» y en «los que se van a ir». Y a eso, cada cual lo sazona como puede, porque lleva casi todo y cada cual le echa más o menos cantidad según sea, según soporte y mientras pueda: su poco de alegría, su pizca de tristeza, su poco de rabia, un tin de envidia…
La primera vez en mi vida que oí hablar de alguien que se iba fue hace mucho tiempo, poco antes del año 1959, del reciente pasado siglo XX. Era mi tío Florencio, se casó a distancia con una prima suya que vivía en Nueva York, para tener derecho a la residencia en los Estados Unidos. Al final se establecieron como un matrimonio para toda la vida.
Por lo que yo lograba percibir, pues era un niño, se trataba de que no había buenos trabajos, pero también de que él era un tanto más ambicioso, en el buen sentido de la palabra. La familia, con algo de resentimiento o como consuelo, decían que era demasiado soñador, un poco alocado o un poco aventurero. Pero en NY se ganaba mucho dinero en 1957.
También recuerdo que no se iba tanta gente, por entonces, para quedarse allá. Recuerdo que a cada rato cualquiera iba a Miami, hacía algunas compras y volvía por la tarde. Ni siquiera hacía falta tener visa. Recuerdo que todavía antes del año 1968, en cada esquina de la Habana había una bodega, un puesto de viandas, una farmacia, una cafetería o un bar. Dos veces por semana pasaba un señor en una moto triciclo vendiendo pescado fresco, no porque estuviera en hielo, sino porque estaba acabado de pescar, nada de congelado desde hacía meses…
Y en eso de recordar uno se sorprende ¡de pronto! en la realidad… y es espantoso. En realidad… tal como empecé a escribir, yo nunca había pensado en irme, nunca me pasó por la cabeza ser otro de «los que quisiera irse» o de «los que, si pudiera, se iba».
Hoy mismo leí en unas noticias acerca de que se había determinado quitar dos horas diarias de corriente eléctrica en La Habana, en solidaridad con las poblaciones del interior del país, quienes están sufriendo apagones de diez horas.
El problema no es que «la cosa esté dura» en Cuba, ni que ya casi no se pueda vivir, porque no me parece del todo cierto. Es que vivir ya no da gusto. Se ha perdido eso que dicen los franceses: «la alegría de vivir».
Todo lo que se comenta, lo que se planea, lo que se vive es para subsistir con el fin de seguir manteniendo el mismo status de subsistencia en honor a unas glorias remotas que fueron conquistadas, pero que uno no termina de identificar cuáles.
Se trata de mantener a ultranza el mismo status de subsistencia como un esfuerzo trágico y sublime por sostener la continuidad del mismo status de miseria; no con las antiguas promesas de un futuro de esperanzas, sino con las seguridades de ser todo lo que hay. Se trata de una obstinación que sería sospechosa de poco inteligente, si no existiera algún beneficiado.
Tu eres un escritor que usa los vericuetos de la lengua y los buenos recursos de la ironía y los silencios, o sea, lo que no se dice y se lee entrelíneas. Los cubanos de a pie y los que casi no tienen pie, estamos subsistiendo en este caótico país. Pero están los ricos también, que a esos no les falta de nada.