Nacimiento y primeros pasos
Por Eduardo N. Cordoví Hernández
HAVANA TIMES – En aquellos días gloriosos del año 1959 y primeros años de la década del sesenta del siglo veinte, en el barrio de Lawton, como en todo el país, estábamos inmersos en una atmósfera de euforia; todos hablaban de los rebeldes y de sus líderes, quienes andaban por las calles con sus barbas y sus collares de santajuanas, peonías y aquellas otras semillas llamadas ojos de buey.
En aquellos días ¿gloriosos…? Se preguntarán algunos y otros pensarán que se trata de mi parecer. En realidad, lo que yo considere no tiene importancia, aquellos días del año 1959 ¡Eran así! para la enorme mayoría. Quizás luego comenzaran a dejar de serlo para otros y hoy ya no se perciban tan gloriosos porque: unos eran niños pequeños, otros no logren percibir nada porque ni siquiera habían nacido, otros porque ya han muerto… en fin.
En aquellos tiempos parecía iniciarse una era idílica de confraternidad, el nacer de un mejor tiempo lleno de justicia, libertad y paz, para lo cual, se habían sacrificado veinte mil mártires según unos cálculos malintencionados. Luego se supo que no fueron tantos. La revista Bohemia, tiempo después, publicó que entre ambos bandos no llegaron a tres mil. Pero no voy a escribir sobre eso hoy, aunque en materia de sacrificios de este tipo, a mí ya me parecen demasiados cuando pienso que la justicia, la libertad y la paz en sí mismos, son asuntos bastante discutibles y muy mal comprendidos.
En ese año de triunfo, el máximo líder cumplía la edad de Cristo. Después del desembarco del Granma, habían quedado junto a él, en la dispersión que siguió a un ataque aéreo de las fuerzas del gobierno dictatorial, doce hombres. Reminiscencia de los doce discípulos de Jesús, número por demás simbólico de las cosas perfectas.
Alrededor de los héroes se tejen leyendas. Después que conquistan la gloria, cualquier cosa que hagan se convierte en mito. Sucede como con los enamorados, el objeto de atención puede ser un adefesio, pero se encuentra divino. Cualquier cosa que diga, una gracia. Así funcionamos los humanos.
La mayor graduación de los oficiales rebeldes era de comandante. Toda aquella nomenclatura rimbombante del ejercito constitucional: coroneles, tenientes-coroneles, generales, brigadieres y almirantes, vista como algo innecesario, opulento y exagerado fue abolida. Los cuarteles militares, fueron convertidos en escuelas. La Policía cambió el uniforme color azul prusia tradicional, por verde olivo. El Castillo del Príncipe, dejó de ser una cárcel en medio de la capital habanera. El Presidio Modelo, de Isla de Pinos, hoy Isla de la Juventud, se convirtió en museo. Desaparecieron los barrios de prostitutas y los vagabundos por las calles. Tales cambios y tales coincidencias místicas eran señales promisorias de paz e impulso hacia el progreso.
Desde mediado de los setenta hubo, de nuevo, coroneles y generales. Parece ser normativa internacional que la policía se vista de azul, de modo que un buen día, a finales de los ochenta, amaneció con los policías de nuevo vestidos de este color. También comenzaron a verse pordioseros en La Habana.
En cuanto al asunto del misticismo, la paz y esas cosas, las esperanzas no progresaron. Con el ataque contrarrevolucionario por Playa Girón se declara el carácter socialista de la revolución; comienzan a escasear los artículos de primera necesidad y se hace necesaria la instauración de una libreta familiar de racionamiento para los alimentos _la cual se mantiene hasta la fecha: noviembre del 2023– y otra para el vestuario -que desapareció hace años. También surgió la oposición interna para derrocar la revolución, según fuentes gubernamentales, bajo los auspicios económicos de la comunidad cubana exiliada en Miami y hasta de la CIA.
Tal oposición se combatió en términos militares con el nombre de Lucha Contra Bandidos. Nunca apareció como una oposición político-militar honorable, ni siquiera con rasgos de patriotismo desviado. Eran mercenarios, asesinos y gusanos al servicio de una potencia extranjera, imperialista, colonialista… sin ningún apoyo popular. Aunque siendo enemigo tan insignificante tuvo connotación epopéyica.
Por aquellos tiempos, se trasladó un poblado completo, de campesinos desde Topes de Collantes, en Las Villas, hasta Pinar del Río, una operación semejante a las mitimaes de los Incas. Obligatoria, en tiempo récord de eficacia; pues llegaron, las familias mudadas, a un pueblo vacío que ya los estaba esperando. No me consta. No fui testigo. Lo supe por amigos que lo vivieron y me lo contaron casi en confesión. La operación no tuvo publicidad posterior. Se supo y se comentó con carácter oculto; se dijo que por la seguridad de los campesinos. Algunos sospecharon que se debía al apoyo que muchos brindaban a los alzados.
También tuvimos todo aquello de la larguísima guerra de Viet Nam y la célebre frase guevariana: Crear uno, dos, tres, muchos Viet Nam… como única vía para acabar con la hegemonía estadounidense, de forma que no quedaba espacio para la promisoria paz. El presente es de lucha y el futuro es nuestro, otro slogan que sirvió para erradicar el sueño de la tranquilidad próspera.
Por otra parte, estaban las acciones terroristas, unas veces dirigidas por la CIA, otras por la llamada gusanera miamense, otras por la contrarrevolución interna, o por todos a la vez. Al menos, así fue como lo comunicó la certidumbre oficial, según sus pistas las cuales llevaban a tales certezas.
En la profundidad de la concatenación de los hechos universales, en el mundo invisible donde ocurren las verdaderas causas de la realidad, la situación ¿era otra? Sólo sé que, en mi alma de niño romántico lector de Ivanhoe, Corazón y Los miserables, siempre sentí la pena de que la Revolución no tuviera un enemigo digno; porque, entonces, qué honra habría en vencer sobre rufianes.
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