Mi primer encuentro con un hombre notable
Por Eduardo N. Cordoví Hernández
HAVANA TIMES – George Ivanovich Gurdjieff, nació en un lugar de Armenia que a veces estuvo bajo dominio de los rusos, otras de los griegos y otras de los turcos. Se cree haya nacido entre los años 1866 y 1878. Murió en París el día 29 de octubre en el año 1949, en esa fecha, pero el siguiente año, nací yo. Cuando tuve contacto con su obra no conocía este detalle, pero más tarde esta precisión la consideré distinguida.
Siendo un individuo muy controvertido mereció que Louis Pawells y Jacques Bergier escribieran un libro sobre él, muy mal titulado, El hombre más extraño de este siglo, pues debió aclararse que se trata del siglo XX. Pasó el señor por filósofo, músico, médico, espía ruso, escritor, coreógrafo y líder espiritual, entre otras actividades. Su libro, Encuentros con hombres notables, me motivó a escribir también sobre los míos, pero con una visión diferente. Al final no lo concluí y la mayoría de los textos que lo formaron, pasaron a engrosar capítulos para una novela y estas líneas, que retoco y que quedaron fuera de contenido, y son las que vengo a compartir hoy.
Tal como Gurdjieff, el primer hombre notable que conocí fue mi padre.
Creo que le debo ese reconocimiento público. Me parece que se marchó de este mundo sin saberlo. Yo tampoco lo supe hasta hace muy poco.
Murió próximo a los noventa y cinco años de edad. Probablemente pasados. Vivimos bajo el mismo techo casi cincuenta y tres. Jamás lo oí quejarse de presión alta ni de dolor de cabeza. Al morir no contaba ya con ninguna pieza dental, pero nunca visitó un dentista ni lo oí lamentarse por dolor de muelas. No tuvo siquiera callos en los pies y se jactaba de eso.
De joven, fumó tabacos durante varios años y dejó de hacerlo un buen día. Casi veinte años después comenzó a fumar cigarrillos durante diez más, para volver a dejar la fuma, como él decía, definitivamente, cuando estaba cercano a los setenta.
En toda su vida no llegó a consumir cinco botellas de cerveza y apenas una de vino tinto. Fue un hombre recio, sin cultura, pero fue un individuo muy particular.
Nunca dio la impresión de ser un hombre religioso, pero cuando estuvo en situaciones críticas siempre decía: ¡Qué sea lo que Dios quiera! O ¡Qué sea lo que sea! O ¡Qué sea lo que Dios quiera que sea! Todo lo cual parecía ser más una temeridad que un acto de fe; al menos así lo entendía mi madre. Sin embargo, admiré esa irreverencia o quizás esa seguridad de confiar ¡Para cualquier cosa! en tal voluntad desconocida.
Fue alguien centrado en sí. Fue egoísta y avaro. Hoy lo recuerdo como un ejemplo, pues vivió hacia un extremo y yo hacia el otro. Siento que hoy necesito evocarlo para situarme en una distancia más cercana.
He llegado a estas conclusiones tardías, porque pasé la vida que vivimos, considerando que no debía imitarlo, como si se tratara de un mal ejemplo quizás necesario, alguien quien estaba ahí para que yo hiciera lo contrario. No lo odié por despreocuparse de mí,tampoco por hacer sufrir a mi madre. Cada día me parece más que ella se hizo sufrir a sí misma, incluso sin darse cuenta.
Después que murió mi madre comprendí que el desapego del viejo pudo haber sido su forma de permitirme ser, incluso de concederle a mi madre la parte de control que pudiera corresponderle a él. No por dejadez, falta de autoridad o por ser irresponsable, sino por darle esa venia como un tributo.
Fue poco sociable. No de esos viejos que juegan cartas o dominó por las tardes con sus amigos, ni de los que se sientan en los parques o las esquinas a chismear, discutir de pelota o hablar mal del gobierno. Estoy seguro que si hubiera tenido una vida social más activa hubiera vivido más.
Hacia el final de su vida, comencé a modificar mis criterios sobre él; aunque, como dije, no dejaba aún de enjuiciar de forma negativa su conducta.
Me he aproximado, sin método ni rigor de escuela, a las enseñanzas de Jesús. El misterio del temor a Dios, principio de la sabiduría según el Eclesiastés, ha penetrado mi formación atea, y he pensado que la longevidad saludable de mi viejo, su anciana lucidez y fortaleza hasta el último momento, fueron un regalo divino. ¿Cómo Dios, en Su sabia grandeza, brindaba tales privilegios y notable cercanía a un individuo como él? Y recordaba el filme de Kurosawa, Los malos duermen bien.
Algo era evidente: debía existir algún error en mis apreciaciones. La vida no es siempre lo que parece, ni se puede juzgar nada sin los elementos de juicio suficientes. Llegar a ellos requiere un esfuerzo, ese esfuerzo nos mejora y podemos hallar una enseñanza en todo lo que nos rodea, incluso en aquello que en algún momento consideramos negativo.
Sin dudas esa introversión debió tener un origen, pues resulta muy negativo no poder compartir pensamientos ni sueños. Al menos leía, como transcurrieron sus días de vejez? Para ti esa incomunicación, seguramente fue molesta e incomprensible. Pero tuvo algo que lo sostuvo para llegar a esa longevidad. Te faltaron detalles en tu cuadro. Hubo amor de tu parte y de la de él hacia ti en algún momento? Por mi parte he recreado varias veces aquí en HT, artículos sobre mi padre, y lo recuerdo mucho, su amor y su bondad.