Los días del agua

Escena típica en muchos barrios de la capital cubana.

Por Eduardo N. Cordoví

HAVANA TIMES – No, no se trata del filme homónimo del director Manuel Octavio Gómez, estrenado en el mes de julio de 1971, donde se recrea la vida real de Antoñica Izquierdo una campesina de Pinar del Río; quien, durante la segunda mitad de los años treinta del siglo XX, se atribuía tener capacidad de curación de enfermedades por medio del agua. Siendo el primer largometraje cubano de ficción en colores y con sonido directo.

Estos días del agua son las peripecias y riesgosas aventuras de los actuales y contados días en que nos toca el preciado líquido en La Habana. Determino la locación, porque referiré mis recuerdos de vivencias pasadas y presentes en estos dominios comarcales de mi existencia, pero podría decir de Cuba y supongo que hasta más allá de sus fronteras porque la problemática del agua es un tema de connotación planetaria.

Yo iba a decir importancia galáctica por el aquello de la Vía Láctea, dado que los productos que puedan relacionárseles también escasean por acá en grado superlativo, pero bueno, el asunto es que de lo que estamos hablando, digamos en plata, es sobre el agua. No hay que enredar las pistas.

En mi barrio tenemos suerte ¡La verdad! de que nos la garantizan cada tercer día de forma regular, desde por la mañana antes de las nueve, hasta casi las tres o las cuatro, a veces hasta las cinco de la tarde. Aunque no así todos los días tampoco, vamos por partes, porque de vez en cuando la ponen a las doce y a las tres ya la quitaron.

Tiene sus oscilaciones y, de esta forma, igual puede ser que al que se le destina la tarea de salir a abrir los puntos de regulación de válvulas para el pasa o no pasa del agua, no le hayan asignado combustible para el medio en que se transporta. ¡Vamos! Que todo el mundo comprende que el problema del combustible también tiene su propia problemática aparte.

Por si fuera poco, en otras ocasiones se trata de alguna reparación, porque se están realizando modernizaciones en diversos sectores de la red hidráulica de la ciudad y es preciso cerrar durante varios días algunas líneas y, si el municipio o una parte de aquél donde uno vive queda cerca o es limítrofe pues, nada, que al que le tocó, le tocó.

Luego están las temporadas de sequías, eso significa que no llueve mucho o tan sencillo que no llueve nada, por no sé qué líos hay con un Niño y una Niña por allá por el Océano Pacífico.

Bueno, ¡gracias a Dios! por eso, porque si fuera Violento fuera de madre el caso. El caso es que cuando no llueve lo que tiene que llover el manto freático baja, los ríos pierden caudal o se secan, los embalses bajan su nivel y se ve súper extra mega archi y ultra afectado el volumen de agua para abastecer a las ciudades, al país. Es un problema mundial el del agua. Lo que pasa es que uno sólo ve la parte que le toca. Uno a veces logra ser muy desconsiderado.

Yo no recuerdo bien, pero oía decir a mis padres que antes, por allá por los años cincuenta, siempre había agua en las pilas, los grifos, las plumas, o como se les quiera llamar, a cualquier hora, cualquier día, no faltaba. Lo que sí recuerdo bien es que ya en los tempranos años sesenta, con todo y llamarse la Década Prodigiosa, en esta mi casa, la misma en la que sigo viviendo ya había que cargar agua en cubetas desde una distancia de dos cuadras loma arriba.

Casi todo el mundo tenía ya un pequeño tablero de madera o hecho con angulares de hierro con cuatro ruedas de cajas de bolas de camiones o de ómnibus, y a eso le llamábamos chivichanas o carriolas y sobre tal artefacto se amarraba un tanque de latón de unos cincuenta y cinco galones de capacidad, muchos jóvenes hacían un pequeño jornal diario cargando agua en estos engendros.

Y desde tal época se cargaba agua ya en esta parte del mundo, luego fue algo mejor, porque entonces se podía pedir una pipa a los organismos de comunales, eso era un servicio estatal; se entiende del Estado, para el servicio de la población. Lo que quiere decir es que, como el Estado no estaba en capacidad de ofrecer bombeo de agua hacia las zonas altas, entonces ofrecía en su defecto el recurso de enviar las pipas, para llenar las cisternas y de paso que los vecinos cargaran agua directamente de las pipas mediante cubos.

Pero aquello se volvió un negocio redondo para los piperos, para los jefes de los piperos, para los que manipulaban las tomas de agua donde se abastecían las pipas. En fin, todo el mundo subiendo el costo del viaje de una pipa, para garantizar el agua de su casa. No digo yo si fue prodigiosa la década del sesenta para mucha gente.

Luego se estabilizó, pero no en la normalidad de los viejos años cincuenta pasados. Se hizo normal el déficit de agua, y que viniera el agua tan solo unos cuántos días a la semana.

Ahora viene la parte horrible.

La red de acueductos de La Habana es vieja, en algunos lugares como Lawton, que se comenzó a urbanizar a partir de los años cuarenta del siglo veinte, es de esa fecha la edad de sus redes.

Si el flujo fuera constante duraría más y fuera menos peligroso. El problema es que las tuberías están sometidas a un proceso de humedad, secado, durante muchas horas eso crea tensiones y distensiones, fuerzas, roturas.

Téngase en cuenta que ahora se recoge la basura con camiones de volteo grandes, y se cargan los mismos con equipo pesado de frente pala. Los basureros son enormes cada casi tres o cuatro cuadras, los equipos frente pala, crean cada vez un nivel de superficie más bajo, y se forma con los salideros, cuando es día de agua y también con las lluvias, unos depósitos de agua que son un primor. Con la basura añadida se forma un caldo de cultivo de microorganismos patógenos, me imagino, porque la podredumbre y el mal olor no son sinónimo de otra cosa.

Esa agua acumulada y enriquecida por el calor y las fermentaciones permea la tierra y no sólo puede entrar, sino que entra dentro de las tuberías hidráulicas cuando están vacías. Cuando se llenan, esa agua sucia viaja hasta las casas para ser bebida, para que las personas se bañen con ella, para que limpien sus pisos y laven sus verduras, qué horror.

Yo no la bebo, ni siquiera la hiervo, pero sí me baño con ella. Voy a buscar agua para tomar a una iglesia que me queda lejos, pero me garantiza el filtrado y la ozonificación. Vale la pena.

Y hasta aquí las clases. Dice el verso.

Lea más del diario de Eduardo N. Cordoví Hernández aquí.

One thought on “Los días del agua

  • Siempre es agradable leer a este autor, que recrea tiempos pasados mejores, una vida más ordenada y una ciudad limpia y sin salideros en las tuberías; ese es uno de los principales problemas que no se solucionan y todo sigue igual. Pasa con la basura, que está tirada por todos lados.

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