El trágico problema de la represión en Cuba
By Eduardo N. Cordoví Hernández
HAVANA TIMES – Ya he comentado en alguna otra página anterior de mi Diario que, como casi todo el mundo, me asiste la suerte de contar con una selección de amigos, compinches de la infancia y que conviven en la geografía más aledaña del barrio y que, por eso, solemos congregarnos con relativa asiduidad, así como se va a la iglesia a recibir “el pan nuestro de cada día”.
¡Sí! literalmente, yendo de paso hacia la panadería, para adquirir el único pan que se recibe por medio de un procedimiento burocrático, dicho en términos legales y no peyorativos, porque el asunto es dejar una constancia documental del recibo al consumidor mediante la archi conocida Libreta de Abastecimientos y de la entrega, registrándose en un libro de control conocido como “Torpedo”, nombre un tanto bélico, cuyo origen valdría la pena una investigación filológica, lingüística o antropológica, porque folklórica no me parece.
El caso es que nos congregamos dondequiera, como una iglesia ambulante, como si fuera un Club nómada. Si resulta encontrarnos dos durante la “vía del pan”, como dije, nos sentamos en la breve escalinata de la farmacia y ahí se va formando el piquete. Lo de escalinata es una hipérbole cariñosa, porque son sólo tres escalones que salvan la altura de la acera al portalón que antecede el acceso al mostrador, del lugar donde tiempo ha –ese tiempo se instala para mí, por allá a finales de los años cincuenta y principios de los sesenta del pasado siglo, época en que yo abandonaba el candor de la infancia y me aprestaba para volverme adolescente–, allí vendían muchas cosas que no eran medicinas.
Las comprábamos sin recetas, sin hacer colas y sin ser caras: comprábamos sal de frutas para hacer refrescos, mentol cristalizado para ”entolar” los cigarrillos, tintas de varios colores para escribir con plumas de fuente. Cuando cursaba el sexto grado tuve una Esterbrook con punto de oro, la cual recargaba con tinta roja para escribir como los emperadores romanos, pero recuerdo que había negra, azul y verde.
Vendían también revistas nuevas de Comics, que en España llaman Tebeos y en Cuba llamaban Muñequitos –mi primer contacto con la Literatura–, pero Las Selecciones de Readers Digest, también vendidas allí, constituyeron mi primer encuentro en serio con las Letras.Los tiempos cambian. Ya no venden en las farmacias ninguna de estas cosas –¡Ojo! Había muchas más– sin relación con los medicamentos, de hecho, ya prácticamente, ni siquiera hay medicinas. ¡Bueno, tampoco así! Sólo no hay las que uno necesita. De hecho… muchas farmacias ya no hacen turnos nocturnos de guardia.
También nos reunimos en la esquina de la bodega, aunque no haya nada que comprar, allí no hay una escalinata, pero sí el amplio quicio del escalón del portal a la sombra, o a la puerta de casa de alguno. En fin, que también, aunque no haya quorum, nos reunimos dondequiera, sentados, de pie y hablamos de cualquier cosa: chismeamos, presentamos proyectos para arreglar el mundo y le arrancamos las tiras del pellejo a cualquiera o nos quejamos de la vida que nos tocó vivir, de los precios, de las guerras, de los presidentes americanos, del comunismo, de lo mala que está la programación de TV, de cómo se están yendo del país los jóvenes y hasta los viejos. A grandes rasgos ese es el «orden del día» de nuestras asambleas.
El éxodo en estampida actual es como Pi, una constante. Ayer hablaban de eso, cuando llegué. Estuve un ratito, me limité a escuchar y de pronto recordé el libro que estoy leyendo: Si la vida es un juego, estas son las reglas, de Chérie Carter-Scott. En realidad, me vino a la mente la regla número seis: Allá no es mejor que aquí. Estuve a punto de hacer el comentario, por lo paradójico, lo curioso, lo a contrapelo, contradictorio; en fin, por decir algo distinto, romper la rutina, casi que ¡por joder con maldita inocencia!, sin ninguna otra pretensión de sentar cátedra ni de ir a la contraria ni presentar un debate o ser el que trae la manzana de la discordia ¡De veras! Pero, Gracias a Dios, me contuve.
Allá no es mejor que aquí, resulta una frase que puede llegar a ser tan peligrosa y subversiva como gritar ¡Abajo el comunismo! un primero de mayo durante una concentración pública en la Plaza de la Revolución. La tragedia es que no te reprimirán los oficiales de la Seguridad del Estado, los simpatizantes, seguidores o representantes del gobierno, sino todo lo contrario te pondrás en la mirilla de tus amigos y nada puede ser peor. Te colocarás un cartelito de adepto al sistema, y ya nadie te avisará cuando llegue el pollo, o cuando estén dando el café, cuando traigan los huevos… El problema es que sólo creemos que represión es la que ejerce el gobierno y que sólo se es subversivo hacia un solo lado.
Muchas veces, como en ésta, cuando las personas no entienden que les estás brindando un nuevo ángulo para valorar las circunstancias, un punto de vista diferente para evaluar la realidad, te consideran un bicho raro, un desestabilizador, se sienten ofendidos, atacados. Le cogen miedo a uno, tal como le pasa a quienes forman el Estado: sienten que les mueven el piso y eso puede dar mareos, da la sensación de que los tumban.
Si leíste hasta aquí y te reíste un poco: ¡Vale! Si leíste hasta aquí y recordaste con añoranza un poco del pasado: ¡Vale! Pero escribí este artículo para invitarte a leer un libro. Y quizás, también entiendas que: Allá, no es mejor que aquí. Te aseguro que: Vale la pena.
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Tu jocosidad es muy sana, y tu escritura la defiende de un modo algo romántico igualmente, al mal tiempo buena cara, pareces decir. La represion y la censura también nos las imponemos nosotros mismos. Hay nostalgia del pasado, que fue mejor que el desastre actual, con ese miserable pan de cada día, y lo caótico del mundo en este pedazo de tierra. Gracias por el soplo de aire.