Chocando con la realidad

Por Eduardo N. Cordoví Hernández
HAVANA TIMES – Traje una laptop Toshiba desde Costa Rica en el año 2014, cuando ya tenía cinco años de fabricada en Japón, así como de uso. Para entonces, la batería sólo almacenaba carga para cerrar correctamente el sistema operativo Windows, cada vez que había un apagón de fluido eléctrico en La Habana. Luego, de un par de años conmigo, la batería terminó por colapsar. En aquellos días me dijeron que, para ese modelo de laptop, Satélite-pro, ya no se fabricaban baterías y, si acaso conseguía alguna, aparte de que sería carísima, igual sería ya de uso o demasiado vieja.
La opción fue usarla como PC estacionaria. Pero fue una maravilla a medias, porque podía darle uso, conectándola directamente a la corriente y tenerla definitivamente en un pequeño espacio acogedor que llamo mi oficinita. Con esto evitaba que sufriera mayor deterioro la cinta que conecta el Board con la pantalla debido al abre y cierra de la misma, lo cual es como el talón de Aquiles de los ordenadores portátiles. Sin embargo…
Me la regalaron también con un teclado y un ratón inalámbricos, pero como a los dos años y medio, el conector USB, que enlaza estos periféricos con el Board, colapsó; y tuve que comenzar a usar el ratón táctil de la laptop, algo que me caía como una patada en el ombligo, aunque terminé siendo un experto, ya que soy bastante hábil con las manos.
Usar el teclado de la laptop, desde el inicio fue un lío. Me quedaba muy alto en la mesita que me agencié. Estaba acostumbrado a la altura del teclado periférico ordinario; pero, además, también me quedaba más lejos y era un suplicio escribir así, sobre todo cuando escribir es lo más que hago con el equipo.
“Y pasó el tiempo y, pasó, un águila por el mar”, tal como escribiera Martí en, Los zapaticos de rosa. Pero el águila “en mi poema”, fue que el teclado de la Toshiba, poco a poco, fue dejando de escribir algunos tipos y con ello dejó también de efectuar comandos que se ejecutan mediante pulsar conjuntamente una de ellas en asociación con la tecla Ctrl. Primero la fue la E, o su minúscula, así que no podía señalizar textos por medio del teclado, después la W, casi ninguno de los números los cuales conseguía con el teclado en pantalla, luego siguieron las letras G, V, M, la tecla Alt izquierda… Algo que, para escribir, era tan masoquista como para desear cortarse las venas con un serrucho viejo.
En fin, tuve que redirigir mis escasos ingresos, en una operación de sacrificio para reponer ambos adminículos por vía USB.
“Más todo pasa, todo pasará…”, según profetiza aquella vieja canción de Carla Morrison y que ayudaran a difundir, Matt Monro, Nelson Ned y los Ángeles Negros, entre otras voces. Y de nuevo, como águila, hará uno meses, el no tan reciente teclado terminó de volverse viejo. Al principio, Gracias a Dios, dejó de pulsar la letra S, la cual resuelvo yendo a buscarla al teclado de la laptop, algo enervante. Ahora ninguno de los dos tiene activada la “equis”.
Por si fuera poco, la pantalla se está agrietando o deformándose la superficie, igual tiene como unas fugas de luz blanca, es decir sin color… Todavía, con cierto esfuerzo, puedo escribir, pero ya tengo que pensar seriamente en planificar solicitud de tiempo de préstamo en las PC de algunas amistades, o comenzar a vender algún cuadro, alguna talla en madera para crear un fondo para sustituir el equipo… porque hacer carrera intelectual, escribir una novela a expensas de otros, de la caridad pública, o como se le quiera llamar, es algo casi denigrante o por lo menos un tanto penoso.
En realidad, si yo fuera alguien que escribe con dos dedos mirando el teclado, como hacen muchísimas personas, casi ni lo echaría a ver, pero resulta que puedo escribir como un mecanógrafo medianamente rápido: con todos los dedos y sin mirar el teclado a una velocidad de algo más de ciento veinte palabras por minuto, que era el límite mínimo de cualquier mecanógrafo recién graduado en una academia, cuando yo era adolescente.
El asunto es que ahora no puedo escribir a la velocidad con la cual pienso (bueno tampoco nunca he pensado muy rápido); además, estoy en riesgo de perder destreza y, peor aun, de incorporar errores, pues los reflejos condicionados para encontrar las teclas chocan con una realidad de error, pues ya la letra NO ESTÁ AHÍ.
Daño antropológico, accidentes culturales socio-político-económico, miseria intelectual. No sé. Ni siquiera pienso que resuelva nada con saberlo. Pero puede pasar como una curiosidad histórica, como aquella en que, a mediados los años ochenta del pasado siglo veinte, uno podía comprar una pizza muy buena en un peso con veinte centavos, sentado en una pizzería, con cubiertos regulares de acero inoxidable y plato de porcelana, y tomarse una cerveza de calidad, elaborada en el país, por solo sesenta centavos del peso nacional.
Hoy una pizza, de esas que se compran para comer mientras sigues caminando, porque no hay lugar donde sentarse donde la adquieres; tiene un costo que sobrepasa los trescientos pesos y, con cien pesos, no logras comprar una cerveza cubana, si lograras encontrarla.
Estas son de esas curiosidades que no significan mucho, pero pueden dar una idea acerca de “por dónde van los tiros”. Para ser precisos y no dejar cabos sueltos hay que decir que el asunto trata de algo que puede apabullar la paciencia de un aprendiz de escritor como yo o de otros que ya llegaron a serlo y que chocan con eso, me refiero a aquello que desde el punto de vista técnico se conoce como: obsolescencia programada. Algo que para mayor rigor puede el lector encontrar preguntando a Google o buscando en Wikipedia.
A vender tus obras de arte, y di puedes escribe una novelita de amor, estilo Corin Tellado. O pide donaciones de laptops de uso. Yo también preciso de una donación. La realidad cubana para la gente de a pie no permite levantar cabeza.