Donde construir no es arte

María Matienzo Puerto

A fever hit Cuba compelling everyone to become a professional or intellectual.  Photo: Caridad
Con la segunda mitad del siglo XX arribó a Cuba una fiebre de ser todos profesionales o intelectuales. Foto: Caridad

Si mi hermano hubiese querido ser carpintero, no hubiese podido: no porque la muerte de mi abuelo ocurrió de un modo inesperado sino porque, mi abuelo, no hubiese tenido cómo enseñarle.  No tenía taller ni materia prima propia, ni manera de obtenerla.

Pero si mi abuelo hubiese sido campesino ni siquiera a él mismo se le hubiese ocurrido convencer a mi hermano de seguir la tradición familiar. Mi hermano, hubiese tenido que ser ingeniero, doctor o algo por el estilo.

Y es que, con la segunda mitad del siglo XX arribó a Cuba una fiebre de ser todos profesionales o intelectuales.

A los oficios solo iban los brutos, los locos, los delincuentes y las prostitutas redimidas. Decir en público que tú preferías ser albañil, pintor de brocha gorda, plomero, basurero, acomodador de cine o bombero era motivo suficiente de burla, y en algunos casos extremos, hasta de castigo.

Es más, mamá y papá te preparaban desde pequeño para que nené fuera el periodista que iba a ganar un premio o el gran médico que iba a descubrir una vacuna que inmunizaría a la humanidad de una plaga mortal.

Nadie se imaginaba a su descendencia siendo un constructor o una secretaria eficiente.

Conocí a una familia que perdió un negocio centenario de ebanistería, trasmitido de generación a generación, que no les hacía millonarios, pero les daba para llevar una vida sin aprietos.

Conocí a un panadero que murió con el secreto de unos pasteles; y a una madre, bien distante en tiempo y concepto, que entristeció mucho cuando se enteró que su hija solo quería ser dependiente de una tienda de cosméticos.

La traición solo permaneció entre algunos músicos o artistas que quizás apoyados por influencia y poder, o a fuerza de talento, lograron saltar la cuerda de prohibiciones.

O sea, que mi madre hubiese sido feliz, si mi hermano hubiese querido ser abogado, escritor, arquitecto o dentista.

Por supuesto, esto también es una suposición porque mi hermano pertenece a una generación, que sin esfuerzo, solo les interesa tener dinero, no importa de dónde ni por dónde venga.