Ray Bradbury en sus 90.

Dmitri Prieto

Ray Bradury en 2008. Photo: doctor paradox, flickr.com

Era yo un niño cuando mi mamá me habló de Ray Bradbury.  Vivíamos en la Unión Soviética, y Bradbury era uno de los autores norteamericanos más populares allá.

Recuerdo cómo busqué en aquella oscura biblioteca moscovita “Fahrenheit 451º,” la deprimente novela sobre el sabueso mecánico y los bomberos que queman libros.

Fue escrita cuando el autor tenía 33 años, y para la generación de los ´60 en la URSS constituyó un símbolo de la resistencia cultural contra todas las banalidades y todos los totalitarismos.

Mi mamá y nuestros mentores no veían en ese libro un alegato antisistémico, sino una especie de cruel parábola sobre futuros civilizatorios posibles que había que prevenir.

La generación de los ´60 había asumido el mundo con gran capacidad de compromiso cívico, independientemente de sus países de origen.

Mis coetáneos cubanos también conocen a Bradbury.  En el pre leí “Crónicas Marcianas,” cuyo insight filosófico me sorprendió y me preparó para otras experiencias espirituales igualmente o más “duras.” Quizás fue una suerte de bautizo en la posibilidad de otras miradas al mundo.

O, mejor, de miradas diversas dotadas de poder para crear otros mundos distintos.

Ante una realidad que se volvía cada vez más tecnológica, más tecnocrática, más “adulta,” mientras más íbamos aprendiendo a adentrarnos en ella más se nos iba de control el futuro. Pero a finales de los ´80 aún nos era dado soñar.

Vinieron las revueltas de los ´90 y el tan esperado nuevo milenio. Hoy, para la mayoría de los jóvenes cubanos leer libros se ha vuelto una experiencia tan exótica como para los habitantes del mundo de “Fahrenheit 451º.” Probablemente pocos saben quién es Ray Bradbury.

Aunque al menos dos de mis estudiantes de Historia de la Filosofía sí saben. Recuerdo cómo se me acercaron, después de clases, hablando entusiasmados lo que experimentaron al leer al gran autor norteño.

Ya que hoy muchas de las profecías tecnológicas de los ´50-60 resultan algo banales, para esos muchachos este escritor significa otra cosa: un referente más en el aprendizaje de los caminos de la libertad cívica, caminos que inevitablemente incluyen el ejercicio libre del pensamiento. A ellos, pues, deseémosles suerte en sus andanzas.

Hace poco conocí de las búsquedas espirituales del propio Bradbury, de su discreta entrada a la comunión de los creyentes. Al compartir sus experiencias, nos da la oportunidad de encontrar una fe más humana y distante de los férreos fundamentalismos que tanto daño hacen a la noción misma de religión.

Ray Douglas Bradbury acaba de arribar a sus 90 años. En medio de la era del reggaetón, es uno de los pocos puentes vivos entre la vida de hoy y aquellos entrañables arrojos infantiles que renunciamos a tornar meros futuros posibles sepultados bajo los escombros de la historia.

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