Dmitri Prieto

Foto: Caridad

En la Cuba de hoy, llama la atención un interesante detalle de la economía cotidiana. Se ha vuelto muy prestigiosa la profesión de custodio.

Cada Ministerio tiene su Agencia de Seguridad y Protección, y además existen varias de carácter general que gozan de un status de Sociedad Anónima, como la famosa SEPSA, que cuida las embajadas y otros objetivos estratégicos, o TRASVAL, que transporta dinero en efectivo.

Hay una cierta presencia militar en todo este negocio, pues los agentes suelen ser militares o policías que se han licenciado del servicio activo. Pero también hay otras personas que se integran a esas agencias que no tienen una historia particularmente densa en materia del servicio de las armas.

Varias de esas agencias tienen carros patrullas, controlan sistemas de alarmas, y una incluso oferta servicios de detectives privados.

La profesión de custodio es prestigiosa porque genera sustanciosas ventajas económicas de manera completamente legal. Además del pago periódico de un “estímulo” en “pesos convertibles,” muchos custodios reciben por sus empresas “módulos” especiales gratis de alimentos y de otros productos indispensables (como por ejemplo productos de aseo), transportación segura hasta el lugar de trabajo, además de elegantes uniformes y meriendas (lata de refresco + sándwich) para las guardias, que usualmente se venden a los transeúntes por 20 pesos de salario o 1 convertible, generando así un ingreso adicional.

Además de militares, trabajan como custodios algunos ex ingenieros o ex obreros, o simplemente jóvenes que logran esa ocupación como su primer trabajo, y ciertamente lo consideran un empleo cómodo.

Conocí a un muchacho poeta y rapero al que le gusta mucho estudiar filosofía, y que optó precisamente por la ocupación de custodio.  Su perspectiva se parecía a la asumida por Albert Einstein cuando dijo que ser vigilante de un faro es el mejor trabajo para quien quiera dedicarse a pensar sobre teorías raras.

Más allá de los privilegios materiales que lo distinguen de los “simples mortales,” muchos custodios disfrutan de importantes cuotas de poder. Les corresponde muchas veces participar de la decisión sobre quién entra y quién no entra en un establecimiento cualquiera.

Los custodios usualmente forman parte de contingentes separados del resto de los trabajadores, pues en su misión entra controlar que esos trabajadores no se roben los utensilios o productos de su labor.

Y es que dado el auge de la economía informal en Cuba, muchas veces el robo es una de las formas de contribuir a la subsistencia, o bien de escalar hacia categorías sociales más acomodadas.

Por eso, para que los trabajadores y quienes los cuidan no establezcan relaciones de confianza y así el control pueda continuar, los custodios son usualmente “rotados” hacia otros centros de trabajo del mismo ministerio después de cumplir su misión durante un mes (u otro periodo fijo) en un lugar determinado.

El excesivo poder de los custodios, y el hecho mismo de que -por ejemplo- La Habana esté visiblemente llena de ellos, deriva precisamente de la precariedad del sistema económico formal en Cuba y de la fortaleza y la omnipresencia del sector informal, que en gran medida se abastece mediante sustracciones de mercancías de los centros de trabajo.

La decisión de combatir esos fenómenos mediante el incremento del “control” ha contribuido a la proliferación de custodios en todas las instituciones oficiales.

Así, algunos dicen que la mitad de la fuerza laboral se esfuerza en robar, y la otra se especializa en intentar impedirlo.

Me pregunto si serán los custodios la pieza clave para darle solución a los problemas económicos cubanos. ¿Cuántos custodios per cápita harían falta para ello?

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