Defender el alma

Irina Echarry

Somos un pueblo que quiere avanzar, ya hemos resistido bastante.  Así terminé el diario anterior titulado Resistir y Resistir.

Por supuesto, no todo el mundo entiende las palabras o la intención de las palabras de la misma manera.  Para comprender lo que digo habría que vivir en la isla, habría que haber perdido las mejores amistades cuando partieron hacia otras tierras buscando nuevas sensaciones, nuevas miradas, nuevos sitios.

Habría que haber sentido la pérdida (física) del primer y único amor, haberlo ayudado a empacar las cosas para que su respiración mejorara porque el aire enmarañado de política y escasez le estaba asfixiando.

Habría que haber sufrido la lejanía de los que se quedaron, cada uno sumido en su propio problema, sin importar que somos una isla, que una isla tiene que estar unida para que flote, si se fracciona sus pedazos se hunden lentamente.

En ese último diario hablaba sobre la resistencia del pueblo, su capacidad de aguantar estoicamente lo que venga, solo por el hecho de no dejarnos caer.  ¿Caer hacia dónde?,  me pregunto.  ¿No será que ya estamos acostados, acurrucados en algún lugar del suelo en el que nos sentimos cómodos protestando bajito y dejando que otros guíen nuestros días?

Los bienes materiales no son la única carencia que tenemos, ni la más importante.  Ni el ansia de cambio tiene que ver con los Estados Unidos o la sociedad capitalista.  No he vivido otro sistema que no sea este y en este conocí otras emociones.

Pero la sensibilidad también emigró. Ahora estoy leyendo un poema de Raúl Ortega (mi poeta que emigró a respirar otro aire) que me hace pensar en lo que digo: “El viaje. Ya no nos vamos a reunir nunca más: ni tú, ni yo, ni éste o aquél. Puede que nos volvamos a encontrar arrinconados contra cualquier esquina de la Tierra, pero juntarnos como antes a decir que era redonda y que giraba, ni soñando. Ahora estaremos muy entretenidos en la manera más exacta de utilizar el odio”.

Pocos poetas quedan en esta isla, solo gente que escribe versos y se vanagloria de hacerlo.  Apenas  hay gente sensible aquí dentro, la mayoría se ha ido del país como huyendo de la pérdida de la inocencia.

Poco a poco se ha matado la ingenuidad de los niños, de los poetas y los locos.   Lo que siento es una especie de orfandad que abruma.  Además de hacerme lucir vieja cuando lo comento con otras personas.  Es muy triste.

Quizá por eso no mejoramos en nada, porque la poesía es vital para la supervivencia.  Solo resistimos y resistimos, hastiados de tanta resistencia y tan poco progreso emocional o sensitivo.

Las personas se hunden en el día a día, como maquinarias.  Se habla de la defensa de la patria, pero no se menciona nada sobre defender la pureza del alma.

Millones de cubanos viajan el mundo entero para curar el cuerpo de los enfermos, sin embargo, en la isla hay enfermos desatendidos, gente que no conoce el susurro del mar al atardecer, los secretos de las nubes encima de una montaña o los deseos del arco iris, aunque lo vean a diario.

Creo que pudiéramos sentirnos mejor si dejamos de estar tan acurrucados o acostumbrados a no hacer nada por nuestra alma.  Las cosas pueden mejorar si le ponemos un poquito de amor al Otro sin dejar de amarnos a nosotros mismos.  Lo que pasa es que ya no hay mucha comunicación con el Otro y no sé si quiere ser amado.  Habra que averiguarlo.