Somos mayores y tenemos derechos

Dariela Aquique

Lector de Granma. Foto: Caridad

La periodista Anneris Ivette Leyva, ha escrito un agudo y oportuno comentario titulado El derecho a la información, publicado en el periodico Granma

Ella encabeza su texto así: “Brindar información sistemática, veraz, diversa, que permita abordar la realidad desde todas las complejas aristas que pueda ofrecer, no constituye un favor, sino un derecho del pueblo.”

Confieso que lo primero que resulta admirable es poder leer cosas como estas, precisamente en el Granma, órgano oficial del Partido Comunista de Cuba.

Lo que me hace pensar que en verdad estamos dando pasos de avance en la apertura a los derechos ciudadanos o que por el contrario (lo que sería lamentable), no estamos más que frente a otra farsa de control.  Donde aparentemente el Estado se abre a la libre expresión y no hace otra cosa que vender a la presa online la imagen de: ….  Ya no estamos siendo tan herméticos…

Con perdón de quien crea en esto a pie juntilla, yo por el contrario no abandono al respecto mi cuota de escepticismo.  Unos amigos y yo hablamos a esta razón y el criterio unánime transitaba por la suspicacia; claro está que no para con las palabras de la corresponsal, sino para con el habérsele permitido publicarlo en este espacio.

Se ha coqueteado durante tantos años con  el silencio, la censura, el tabú relacionado a la verdad dicha, explicitada por los medios de comunicación, que así de pronto nos toman con extrañeza estas licencias.

Anneris centra su comentario en las tantas trabas que encuentra la labor informativa en Cuba y refiere: …la información no es propiedad privada.  Pero resulta que en el diario recabar periodístico en aras de obtenerla, se presentan innumerables e ilógicos escollos, en esferas muy distantes a los asuntos de secreto estatal, que obviamente precisan de un tratamiento diferenciado.

Más adelante expresa: “Es preciso poner sobre la mesa toda la información y los argumentos que fundamentan cada decisión y de paso, suprimir el exceso de secretismo a que nos habituamos durante más de 50 años de cerco enemigo.” expuso Raúl en su discurso de clausura del periodo de sesiones de la Asamblea Nacional del Poder Popular, de diciembre del 2010.

Es curioso que ella cite un fragmento de este discurso, con fecha 2010, donde se hace un llamado a poner fin a tantas limitantes y al cabo de un semestre todavía no se vean progresos reales a estas instancias.

El artículo no hace una incisión muy profunda del tema, se limita a la cuestión que atañe solo a los implicados en los medios de comunicación y la información de carácter nacional.  Respeto su intención, este no es mi trabajo, yo por el contrario habría profundizado más.

En alguna parte de su material ella aborda un tema objetivamente sensible: “Más allá de las inconformidades que provoca, la obstrucción de los canales de acceso a la información viola los principios democráticos propugnados por nuestra legalidad, establecidos en la Constitución de la República, y la voluntad política de nuestro Partido, que en sus documentos rectores viene subrayando la importancia de este tema, cuando desde su Primer Congreso en 1975, definió que “en el socialismo, forma superior de democracia, la información constituye un derecho del pueblo trabajador.”

Rara toda esta verborrea, tan ajena a la realidad nacional, donde es sabido el derecho a la información es casi nulo, demostrable con la insuficiente posibilidad real de acceso a internet que tiene el pueblo cubano.  Solo a determinados sectores o personas que ostentan prescrita categoría profesional o social, según lo instituido se le admiten el acceso a la red, lo que en cualquier parte del mundo es un lugar común, valga la redundancia, para el más común de los ciudadanos, acá en nuestro terruño es un lujo dado a unos pocos.

Incluso determinados sitios son vetados, se bloquean para que no puedan ser visitados.  El pretexto esgrimido es que la campaña mediática de los enemigos de la Revolución, puede permear la ideología de la población.

Si se ha estado durante más de medio siglo construyendo una sociedad con un sistema político, económico y social en el que se cree es el justo y correcto, ¿por qué temer a las comparaciones?, ¿por qué dudar de la capacidad de discernimiento del pueblo revolucionario?, ¿por qué silenciar ciertas temáticas?

Esto habla de inseguridad, de centralización que determina que es bueno o no para la gente.  Vivimos tiempos en que la comunicación, la información es imprescindible.  El correo electrónico en Cuba es anclado a la telefonía, posibilidad esta que también es dada a una minoría por centros laborales y que ahora mismo se asiste a la cancelación de muchos de ellos, por haberse advertido que mantienen contacto con “espacios o personas prohibidas.”

Esto refuta la sentencia antes citada: “en el socialismo, forma superior de democracia, la información constituye un derecho del pueblo trabajador.”

De ahí mi prejuicio con este tópico.  Aunque la periodista no explora estas zonas tan delicadas, vale su punto de partida, sería genial ir más allá, exigir ese derecho a estar informados, no importa cuales sean las fuentes.  La verdad siempre es legible.

No es lógico que se tenga que seguir el curso de un proceso legal en EE.UU, de una de las prominentes figuras de la plástica nacional, solo por sitios no oficiales, ¿por qué no puede tener la misma o más importancia para la población el caso de Agustin Bejarano o el de los cinco héroes?, ¿por qué lo acontecido con un Pedro Pablo Oliva, circuló solo por la red; no puede resultar esto para muchos tanto o más importante que el cumplimiento de la zafra cafetalera o el estado de la salud del presidente Chávez?

Somos un pueblo instruido y perspicaz, no niños pequeños a quienes los padres le dicen:…esto no lo entiendes todavía, espera a ser mayor… Somos mayores y tenemos derechos.

Dariela Aquique

Dariela Aquique: Recuerdo mis años de estudiante como Bachiller, aquella profe que interrumpía la lectura de obras y con histrionismo sorprendente hablaba de las posibilidades reales de conocer más la verdad de un país por sus escritores, que por crónicas históricas. De ahí mi pasión por las letras, tuve excelentes profesores (claro, no eran los tiempos de maestros emergentes) y la improvisación y el no dominio de la materia quedaban descartadas. Con humildes pretensiones y la palabra de coartada quiero contribuir a mostrar la verdad de mi país, donde la realidad siempre supera a la ficción, pero donde un estilo novelesco envuelve su existencia.

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