Los barrenderos cubanos con la frente limpia

Dariela Aquique

HAVANA TIMES, 7 marzo — ¡Quien trabaja honradamente, cualquiera que sea su labor, merece ser bien mirado, ningún trabajo denigra…!, eran estas algunas de las frases que escuchábamos mi hermano y yo de nuestro difunto abuelo. Cuando inculcaba en nosotros el respeto por las personas que ganaban limpiamente su sustento.

De niña llamaba mi atención que todos los años en los días próximos a la Navidad, mi abuela le regalaba algo de dinero a los hombres y o mujeres que barrían las calles o recogían la basura. Los barrenderos o basureros, como a veces despectivamente algunos llaman a esos que trabajan día y noche por la higiene urbana, eran siempre estimulados por mi vieja sin ánimo alguno de hacerles sentir que era una limosna, ni mucho menos.

Según ella eso fue una antaña costumbre que heredó de sus padres y a la que le llamaban el aguinaldo, que daban muchas familias a las personas cuyos trabajos generaban bajos ingresos, como barrer calles, limpiar pisos, hacer mensajerías o limpiabotas.

Los años hicieron desaparecer estas costumbres, los más jóvenes no fueron educados así, después los difíciles días del periodo especial y su resaca, no le permitirían a muchos andar haciendo donativos monetarios.

El estado se replanteó la tasa salarial de este sector que agrupa a los trabajadores de servicios comunales y ha habido cierto ascenso en su situación económica, que aunque aún insuficiente, sí debe decirse, haciendo honor a la verdad, que cambió con respecto a la de años anteriores.

No obstante, a que sus honorarios sean mejores, falta aún lograr dentro de nuestra sociedad que se profese el debido respeto a esta digna como cualquiera y tan vital labor. Creo que debe partir de la educación del hogar, que padres y abuelos, siembren en los más pequeños el respeto por todo el que lleva el pan a su mesa como fruto de su trabajo y no de fechorías.

En las escuelas, deberían hacerse conversatorios acerca de las diferentes profesiones, oficios o empleos, sin establecer distancias o subestimar a ninguna (pese a las diferencias propias que estas ya tienen).

No mirar por encima del hombro, debe ser un principio de conducta social. Se habla siempre de hacer la guerra a la discriminación sexual, racial o de creencias, pero creo que se pasa por alto la ocupacional.

Voy a compartir con ustedes una anécdota.

Hace unos días un hombre que barre las calles, me pidió un encendedor, yo inmediatamente se lo ofrecí, él se quitó los guantes y se frotó fuerte las manos con un pañito, cogió el mechero casi con la punta de los dedos y después, antes de devolvérmelo, lo limpió, yo quedé extrañada por esta intención a mi modo de ver excedida por demostrarme pulcritud.

Le dije: ..hombre no es necesario… y con la voz entrecortada, me respondió:…es que hay gentes que le miran a uno y lo tratan como si fuéramos la misma basura…

Yo no sentí pena por aquel hombre, sino por la situación en la que debe de haberse visto más de una vez, solo porque no es médico o abogado o artista, entonces le tendí la mano y le dije:.. no haga caso, usted se gana la vida limpiamente, mire si es así, que limpia lo que indolentemente ensuciamos los otros.

Con los ojos fijos en mi cara y una linda expresión en el rostro, me dio las gracias.

Recordé a mis abuelos y a un ex-amante escritor, que me contó que un día un joven intelectualoide preguntaba por todo en el paseo del Prado: ¿dónde vive Lezama?, a lo que nadie respondía, algunos se encogían de hombros y otros le miraban con rareza, hasta que el señor que barría en la esquina le dijo: …joven, Lezama, el poeta, vivía allí.

La sensibilidad, la educación, incluso la cultura, va más allá de la forma en que nos ganemos la vida. Por eso he querido hacer esta entrada dedicándole mi admiración a esos que recogen nuestras basuras y barren las calles, a veces no con toda la indumentaria requerida, exponiéndose a contagios. Sin embargo, limpian las calles, las ciudades, el país y llevan limpia la frente.

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