En víspera de viernes santo

Dariela Aquique

Gabriel García Márquez.  Foto: wikipedia.org
Gabriel García Márquez. Foto: wikipedia.org

HAVANA TIMES — En víspera de viernes santo, un señor muy viejo con unas alas enormes cierra los ojos para siempre. Tenía que ser así, esa aura de lo real maravilloso que envolvía sus relatos y a su vida harían que el Gabo pegara los párpados y desplegara sus alones a otra dimensión.

A los 87 años, Gabriel García Márquez antes de partir debió haber recorrido sus memorias. Seguro de que conoció del amor y otros demonios. De que nadie había escrito una crónica para anunciar su muerte. Y que tampoco había tejido él mismo su impecable mortaja, como Amaranta Buendía.

Con todo como sus invenciones, vivió sin apenas saberlo las historias que el mismo creara, o al menos tuvo similares emociones. Empezó un 6 de marzo de 1927 en Aracataca, Colombia y terminó un 17 de abril del 2014.

El Premio Nobel de Literatura seguro pagó unos centavos en la carpa de la cándida Eréndira sin tocarle un cabello. O asistió a los funerales de la Mamá Grande o viajó con Mercedes en un buque como novios imperecederos por la aguas del Caribe, acariciándose la piel estrujada en un viaje interminable mientras hacían el amor en los tiempos del cólera.

El autor de Cien años de soledad tuvo sin duda una existencia pintoresca. Supo de Generales que no tienen quien le escriba. De otoños de patriarcas.

Había que escoger entre ser santo, héroe o poeta y él eligió la última y echó su suerte. Anduvo de tendencias por la vida. Fue el amigo de artistas y de dictadores. Quizás necesitaba un buen banco de vivencias y perfiles psicológicos para sus personajes.

Este asombroso hombre que recorrió en las bohemias parisinas le cartier latín, y de seguro estuvo en aquel mismo cuarto donde murió el bebé Rocamadeur de la Rayuela de Cortázar. Fue también quien creyó en los alquimistas y consultó los pergaminos de Melquíades y bebió sus brebajes para subirse al lomo de la inmortalidad.

Con una cruz de polvo en la frente, como los hijos de Aureliano, conoció los orgasmos en los toldos de rameras de paso tras un circo. Espantó la fiebre del insomnio sentado en una mecedora en un portal de cualquier casucha de cal de Macondo. Desde allí divisó el vuelo interminable de la bella Remedio. Lejos escampó las lluvias de cenizas; y con la misma impotencia de Arcadio o los miedos de Rebeca manoseó sus medallas y sus cicatrices.

Él sabía, y nos lo dejo dicho, que en el paredón y ante un bloque de hielo se tienen similares sensaciones. Que como a Úrsula Iguarán, no nos basta solo con la sapiencia. En víspera de viernes santo no vistió un pantalón y una camisa de lino blanco sin almidón para ir a presenciar, como Santiago Nasar, la llegada de ningún obispo.

Gabriel no precisaba besar la mano de un pontífice, ni recibir la extremaunción. Él supo desde siempre, y nos lo dejó dicho: que hay que aprender a volar, que somos de la estirpe que estamos condenados a no tener una segunda oportunidad sobre la tierra.

Dariela Aquique

Dariela Aquique: Recuerdo mis años de estudiante como Bachiller, aquella profe que interrumpía la lectura de obras y con histrionismo sorprendente hablaba de las posibilidades reales de conocer más la verdad de un país por sus escritores, que por crónicas históricas. De ahí mi pasión por las letras, tuve excelentes profesores (claro, no eran los tiempos de maestros emergentes) y la improvisación y el no dominio de la materia quedaban descartadas. Con humildes pretensiones y la palabra de coartada quiero contribuir a mostrar la verdad de mi país, donde la realidad siempre supera a la ficción, pero donde un estilo novelesco envuelve su existencia.

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One thought on “En víspera de viernes santo

  • Murió en Jueves Santo como Úrsula Iguarán.

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