De series y confecciones

Dariela Aquique

Alfredo Guevara. Foto: cubadebate.cu

HAVANA TIMES — Desde finales de mayo estoy por escribir a propósito del post de Haroldo Dilla publicado en Havana Times con el título de «Las impúdicas confesiones de Alfredo Guevara«. Dilla, con una nobleza cándida, se desconcertaba ante las columnas megalómanas que sostenían el fuero interno de este hombre, quien las mantuvo bien encubiertas tras una envoltura de afectados modales y una afable personalidad.

Yo que soy una fan de los dramatizados, ando medio enganchada con la serie Game Of Thrones (Juego de Tronos). Y he ido descubriendo como una encuentra analogías entre una serie de ficción y nuestra sociedad.

Hay tantos rasgos en común entre aquellos personajes míticos y los nuestros propios, que no puedes permitirte pecar de turbación ante las declaraciones públicas al umbral de la muerte de un funcionario comunista que perteneció a la más alta cúpula del gobierno de los Castro desde sus inicios.

Este señor no hizo parte de una guerra entre reinos por alcanzar una poltrona de hierro en no se sabe qué tiempo de una historia imaginaria. Pero sí fue un personaje real, que bien se valió de sus relaciones con la jerarquía y en particular de su amistad con Fidel, desde los años de estudiantes en la Universidad de La Habana.

Amparado en adjetivación de letrado, se las ingenió para sobrevivir a las cacerías de brujas. ¿Qué subterfugios usó, o qué cosas sabía?, eso no lo declaró antes de morir. Prefirió en el último acto de su vida asumir el conveniente roll de “acompañante crítico” del sistema (como algunos le han dado en llamar).

Justo en momentos donde muchas miradas están puesta en una Cuba que parece estar en transición, quiso hacerse notar que dando una entrevista a periodistas no oficialistas. Claro, era el lugar más conveniente donde hacer su catarsis.

Game-of-Thrones-S04En la excelente producción de la HBO, existe un singular personaje llamado Varis, un eunuco que forma parte del Consejo del Rey, cauteloso, sarcástico, evasivo que usa un sinfín de artimañas para salir ileso de las contingencias, y preservar su acomodada posición. Este amanerado figurante sabe bien qué hay bajo las alfombras del castillo y cuándo levanta, o no, un trozo de ella para que la suciedad sea vista.

Viendo a este personaje o leyendo la entrevista de Guevara se tiene la misma sensación. Coquetear con la poética del intelectual y citar a Marguerite Yourcenar y las Memorias de Adriano, para hacer disquisiciones entre el poder y el antipoder; y terminar comentando lo no tan adecuado que está haciendo Raúl en sus proyectos de rehacer la economía nacional.

Hacer alusión al impacto de la imposición de los cánones del “realismo socialista” en el diseño y la dirección de la cultura cubana. Rememora la polémica establecida con el secretario del partido, Blas Roca, al que alguna vez comparó con Stalin y Beria. Eso es libreto de teleserie.

Pero creo que lo que más enfadó a Dilla, fue cómo se refirió a su pueblo, a ese pueblo que durante décadas ha alzado las manos en una gigantesca coreografía para apoyar y asentir a un gobierno y a un sistema, que a conciencia lo instruyó, pero no lo educó. Le enseñó deberes, pero le quitó derechos. Le mostró durante mucho tiempo la sola película que había elegido para que viera. Aquellas imágenes épicas de estudio, trabajo, fusil. ¡Y el eterno enemigo!, que el ICAIC, ese ICAIC que dirigió Guevara producía para el consumo nacional y para el mundo.

Y poco antes de morir, declaró: (…) No creo que mi pueblo valga la pena. (…)Creo en su potencialidad, pero no en su calidad (…).

Les falló la fórmula del “hombre nuevo”. Y culpar a la creación de ser imperfecta e insuficiente, es tan tremebundo como el final de cualquier temporada de una serie de ficción. Te dejan pensando, ¿qué más vendrá después de esto? Esta es una historia con un final abierto, sin dragones, ni reyes, ni caminantes blancos, pero no por eso, menos espeluznante.

Dariela Aquique

Dariela Aquique: Recuerdo mis años de estudiante como Bachiller, aquella profe que interrumpía la lectura de obras y con histrionismo sorprendente hablaba de las posibilidades reales de conocer más la verdad de un país por sus escritores, que por crónicas históricas. De ahí mi pasión por las letras, tuve excelentes profesores (claro, no eran los tiempos de maestros emergentes) y la improvisación y el no dominio de la materia quedaban descartadas. Con humildes pretensiones y la palabra de coartada quiero contribuir a mostrar la verdad de mi país, donde la realidad siempre supera a la ficción, pero donde un estilo novelesco envuelve su existencia.

11 thoughts on “De series y confecciones

  • Interesante su post.

    Percibo con placer que ha terminado con su dicotomía al escribir: evidente en la comparación entre sus artículos para DDC y para Havana Times.

  • ..aunque un poco sacada de contexto esta frase de Marti le vendria bien a Guevara:
    «el cubano no duda de su pueblo por maldad, si no por su ignorancia»

  • A niguno de ellos respeta ni le interesa el pueblo. Ellos se consideran superiores. Lo único que Guevara lo confesó antes de morir.

  • ¿Y cuales son las confecciones?

  • No hacian falta las confesiones , basta con ver las conclusions de cada congreso , donde la culpa siempre la tiene el bloqueo y el pueblo , nunca la cupula.

  • El pueblo cubano, siempre Liborio hace de «chivo expiatorio» ; nada más fácil que diluir las culpas de políticas económicas erradas, de un sistema educacional que se centró (y centra) en la instrucción obviando la educación ciudadana, en once millones de cubanos. Nuestro pueblo si vale la pena, cualquier pueblo en cualquier parte del mundo siempre vale la pena; los que no valen la pena son los mal dirigen al pueblo, que lo ahogan con su autoritarismo, con la anuencia de intelectuales al estilo del difunto Guevara. Para todos ellos vale el aforismo del fundador José de la Luz y Caballero: -«Instruir puede cualquiera, educar solo quien sea un evangelio vivo”

  • Guevara y todos lo llamados históricos van directo al rincón del olvido en la historia de Cuba, especialmente por su incoherencia y traición al programa político de la revolución. Mas de medio siglo tirado a la basura por ambiciones y egos personales, de este grupito de pequeños burgueses que jugaron con !os sueños y las esperanzas de todo un pueblo.

  • esa expresion «….el pueblo cubano no vale la pena…» demuestra quienes son todos estos aventureros-bandoleros que han vivido sintiendose superiores a la nacion.

  • Buen post Dariela.

    Comparto la opinión del que firma como ¨Kamikaze¨ . Cualquier pueblo del mundo vale la pena, no importa si es el Haitiano, el Angolano o el Venezolano. Estos sujetos llenos de ambiciones y de despotismos son los que convierten en monigotes a miles de personas y truncan con sus ambiciones lo que son ideales nobles. Cercenan con la falta de libertades cívicas, el anelo de la gente de vivir mejor y de echar adelante su sociedad . Y cuando todo les sale mal, porque como es lógico, nada crece del lado del despotismo, pues siempre se puede culpar al pueblo y decir eso que suena tan feo: “….el pueblo cubano no vale la pena…” Al olvido con esos sujetos…

    Eliza Et

  • El pueblo de Cuba sí que vale la pena si se le deja que rinda al total de su potencialidad.

  • Oye, parece que fue un error…se cambió confesiones por confecciones…

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