Daisy Valera
HAVANA TIMES—El primer contacto que tuve con la cultura china fue mediante un amigo de la infancia, Javier. El chinito invitaba a los niños del barrio a su apartamento y hacia que su abuelo comenzara a leer periódicos viejos; y claro que la lectura era en chino, de otra forma no hubiese sido tan divertido la experiencia.
El otro acercamiento fue de tipo gastronómico y resulta casi un misterio. No imagino cómo logré encontrarme con rollitos de primavera y maripositas chinas durante los rigores del período especial.
Los recuerdos de los restaurantes espirituanos Yangtsé y Shanghái me arrastraron a visitar el Barrio Chino de La Habana. A finales del 2005 atravesé por primera vez el inmenso pórtico diseñado según la arquitectura del período Minh, y terminé comiendo espaguetis. El precio del arroz frito era demasiado para mi bolsillo de estudiante universitaria.
En los últimos años he recorrido decenas de veces el que una vez fue el mayor y más próspero Barrio Chino de América Latina; hoy es muy difícil encontrar vestigios de su esplendor de antaño.
Posiblemente lo más distintivo del barrio chino actualmente son las cubanitas sin ojos rasgados, apretadas dentro de imitaciones de vestidos tradicionales y acosándote para leerte el menú de los restaurantes.
No queda mucho de los negocios tradicionalmente impulsados en Cuba por esa comunidad; ni puestos de frituras de frijoles caritas, ni helados de agua, ni frutas envueltas en papel de celofán, ni tintorerías. Las fondas han cedido su espacio a restaurantes repletos de comida criolla o italiana.
La Danza del León, el sonido de una corneta y unos pocos practicantes de artes marciales redondean lo poco que nos queda de la influencia china. Ya no podemos asombrarnos, como lo hizo Carpentier, con las destrezas acrobáticas y la ópera del que llamó “barrio amarillo”.
De los miles de chinos que se habían establecieron en Cuba, hoy se pueden contar menos de 400 ancianos y apenas suman 11 las asociaciones que siguen en funcionamiento de las 36 existentes en 1959.
El principal éxodo de este grupo poblacional tuvo que ver con la expropiación de sus negocios por el Estado en 1968. Los chinos, escaparon de la Revolución Cubana como lo hicieron de la de Mao; se fueron con su música y su charada a otra parte.
Cada mes de junio se celebra la llegada de los primeros chinos (“culíes”) al puerto de La Habana. El pasado día 3 se cumplieron 167 años. El plan de desarrollo Integral de la capital, promovido por la Oficina de Historiador, intenta revitalizar cultural y arquitectónicamente el Barrio Chino pero al esfuerzo continúa faltándole una comunidad con vínculos que sean más que hereditarios.
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