Crisis motivacional en la educación cubana

Por Dmitri Prieto

La frase pronunciada por Raúl ¿-Quién le pone el cascabel al gato?- alude a la valentía y la decisión que se necesitan en aras de implementar la anunciada transformación del modelo socialista cubano.

Se ha anunciado también un amplio debate popular sobre tales transformaciones; pero hay un sector donde el Ministro correspondiente ya proclamó las directrices para el futuro inmediato: la Educación Superior.

Hace unas semanas el diario Granma reseñaba las recientes declaraciones del Ministro de Educación Superior, quien asumiera la cartera hace cuestión de meses: “Lograr una mayor preparación política e ideológica y perfeccionar el proceso docente educativo devienen hoy prioridad para la Educación Superior, a partir del incremento de las actividades subversivas del enemigo dirigidas al medio académico, la insuficiente preparación de alumnos y docentes, y la inadecuada estructura de las carreras en las Sedes Universitarias Municipales, entre otros problemas.//

El criterio de que la Universidad es para los revolucionarios será patentizado. No a manera de campaña o con un proceso de depuración, sino estremeciendo las aulas con un trabajo político ideológico profundo y sistemático,” según explicó Miguel Díaz-Canel Bermúdez, miembro del Buró Político y ministro de Educación Superior.

Otro funcionario de ese Ministerio -según la misma fuente- expresaba que en la enseñanza “predomina la formación profesional por encima de la educativa. El reto radica en ubicar las dos al mismo nivel, en lo cual es un elemento esencial la preparación del profesor, quien debe llevar a la clase, además de conocimientos, valores.”

Como profesor de una Sede Universitaria Municipal, conozco perfectamente los problemas a los que se refieren los funcionarios. Ha sido obvio que el nivel real de las Sedes (a pesar de que dan los mismos diplomas que los cursos regulares diurnos) está por debajo de la universidad “convencional”.

Entre las propuestas del Ministerio se encuentran la realización de actividades laborales (trabajo en la agricultura, construcción, o sectores relacionados con la especialidad de los estudiantes) durante un mes cada año académico (para el trabajo político-ideológico) así como los exámenes de ingreso en todo el sistema para seleccionar sólo a personas capaces de enfrentar el rigor de la enseñanza.

Ambas propuestas las conozco “en carne propia”. Con respecto al trabajo productivo, realmente no la pasábamos tan mal, aunque me cuesta lograr definir si he logrado adquirir “valores” en el proceso.

A veces que uno aprenda a focalizar la atención en los libros y los trabajos de laboratorio  bajo la guía de un buen profesor ayuda más a devenir un profesional con compromiso social que el ejercicio en el surco, actividad ésta indiscutiblemente útil (aunque quien sabe si buscando la forma realmente logran mantener esa utilidad) pero que puede volverse un mero pasatiempo.

Y las pruebas de ingreso, en realidad, muchas veces evalúan más la memoria que la habilidad del pensamiento. Francamente, no concibo un revolucionario ni un profesional que no esté dotado de discernimiento crítico, y para lograr tal habilidad hace falta ejercitar el intelecto.

Pero, dado que también se aprobó  hace poco la legislación del pluriempleo, que autoriza a estudiantes en edad laboral a contratarse en trabajos para ganar de forma honesta y autónoma su sustento, sería muy recomendable que como en mi época el estímulo por el trabajo en el agro no fuese sólo moral sino también material. Y que se logré la integración con las labores futuras del profesional, aunque de las posibilidades de esto último a veces dudo profundamente conociendo las circunstancias de nuestro entorno.

Lo peor de la “historia real” que afecta tanto el intelecto como los valores de nuestros estudiantes yo lo veo en la crisis motivacional que afronta la sociedad cubana y en especial su sistema educativo (desde la más temprana edad).

A nivel de la sociedad como un todo, esa crisis se relaciona con la dificultad de concebir el futuro para cada uno de nosotros: jóvenes, adultos, o familias enteras. Hoy, nos esperan cambios ya anunciados pero cuya esencia aún desconocemos; pero lo fundamental es que los espacios formalmente autorizados para la realización (tanto espiritual como material) son pocos, y es muy difícil crear de manera protagónica nuevos espacios.

En el sentido del sistema educativo, ello se ve claramente en qué es lo que aspiran a ser nuestros estudiantes de diversos niveles, en cuáles son sus role models, en cómo ven la posibilidad futura de lograr la subsistencia y el éxito social, qué sentido le ven al compromiso, y cómo han logrado internalizar los valores de la globalización capitalista con los cuales son bombardeados por todos los medios (TV estatal incluida).

Aparte de la propiamente globalización capitalista, hay un montón de ejemplos locales de oportunismo, represión de la crítica, o discordancia entre los discursos y los hechos; es difícil que el estudiante no se dé cuenta de eso. A veces la situación me recuerda a la URSS antes de la perestroika. Y francamente no sé cuál es el término más crítico de la comparación.

Lo otro es el modo en que está  estructurada la enseñanza como tal, y todo el universo del intelecto “común” en Cuba. Es muy difícil que uno encuentre la motivación a través de lo ameno, a través de la noción de que aprender puede ser divertido.

Prevalece un concepto cuasi-medieval del “deber” y particularmente del “deber estudiar” como algo que se impone desde fuera, no relacionado con el placer de aprender o la curiosidad por lo que sucede en el mundo. A eso está unido el uso extensivo de la memoria desde las edades más tempranas hasta la universidad misma.

La memorización sin sentido, unida a prácticas de adoctrinamiento propagandístico, no ayudará a resolver los problemas de la educación cubana. La imposición no genera “valores”, al contrario, los pone en duda. Algunos profesores, entre los que me incluyo, hemos tratado de subvertir las tendencias, estableciendo nuevas dinámicas de enseñanza-aprendizaje.

Pero sabemos que los problemas tienen raíces profundas y que nuestra lucha será larga. De nuevo, el problema es: ¿Quién le pone el cascabel al gato?