Chicano en Cuba, primeras impresiones

Patrick Velásquez*

 In front of a statue of the great Mexican revolutionary Emiliano Zapata in a park in Miramar.
Frente a la estatua del gran revolucionario mejicano Emiliano Zapata

El 2 de septiembre llegué a La Habana, cerca la media noche, con mi colega Agustín Orozco.  El largo trayecto a través de la oscuridad nos llevó hasta el Hotel Sevilla, en la Habana Vieja.  A pesar del viaje que tardó de más de doce horas, nos aventuramos hacia las calles de la ciudad.

A menos de una cuadra del  hotel, se acercaron dos cubanos de los que nosotros jocosamente llamamos “zombis”–jineteros, proxenetas de los que te persiguen a todos lados, y  quienes agresivamente nos ofrecieron prostitutas, cigarros ilícitos y otros vicios prohibidos.  Chicanos al fin, acostumbrados a la dinámica de la vida urbana, rápidamente nos alejamos de allí y replegamos al hotel para dormir.

La mañana siguiente nos levantamos temprano para desayunar en el hotel.  A pesar de ambos desear una experiencia internacional sin la compañía de  turistas imperiosos, nos vimos rodeados, durante el bufé, de visitantes europeos que, sin dudas, buscaban algo exótica.

Hicimos caso omiso a la inevitable invasión negativa de gringos y tomamos un taxi hacia nuestra conferencia en Miramar, unos 20 minutos al Oeste de la Habana Vieja.

En realidad la “conferencia” era un “taller” llamado “Paradigmas Emancipatorias”, desarrollado en un centro para trabajadores cubanos.

No obstante el terrible calor de La Habana en  pleno mes de septiembre (varios cubanos nos dijeron que se había marcado record de altas temperaturas y de humedad), el pequeño número de sesiones tuvo lugar al aire libre.  Agustín y yo nos insertamos en las pláticas con los asistentes, que representaban proyectos de justicia social de toda Latinoamérica.

Algunos proyectos parecían trabajos de misioneros (por ejemplo, ciudadanos españoles trabajando en “proyectos de pobreza”), pero la mayoría reflejaban esfuerzos comunes y sinceros para dar soluciones colectivas y viables a la pobreza extrema y a la opresión política.

Durante los tres días que duró la conferencia escuchamos profundos proyectos provenientes de comunidades marginadas -un esfuerzo para dar respuesta colectiva a  las necesidades materiales de la clase trabajadora de una comunidad cubana (Pogoloti, en el municipiohabanero de Marianao), también de un movimiento feminista guatemalteco, así como un proyecto  “Caracol”, que trata de conseguir apoyo para el pueblo indígena de Chiapas, en México, y  una valiente organización juvenil nombrada “Los Hijos de Perú”, que defienden las familias que sufren la dominación política gubernamental, y otros.

Cualquier cínico podría ver la conferencia como un mero festival de diálogos, pero yo me emocioné con los testimonios de todos los presentes.  Sus historias y experiencias nos hicieron reflexionar sobre nuestro propio modesto proyecto en la Universidad de San Diego, que intenta mejorar las condiciones institucionales de los chicanos y de otros estudiantes no representados.  Agustín y yo compartimos la idea de que entre los participantes, el nuestro, fue uno de los pocos  proyectos  en el cual nuestras propias vidas no estaban en juego por nuestros pensamientos y acciones.

Un hecho importante del evento fue la discusión de un pequeño grupo durante el primer almuerzo.  Mi compañero y yo nos unimos al debate que incluía a dos mejicanos de Guadalajara y tres cubanas cienfuegueras (los cinco eran profesores de Filosofía).

Intercambiamos puntos de vista de cada uno de nuestros países -política, religión, condiciones sociales y sistemas económicos. Concordamos en el hecho de que pocos lugares en el mundo, aparte de Cuba, pudieran ser anfitriones de tal intercambio dinámico y trilateral.

Las cubanas, todas jóvenes y conocedoras del mundo, nos enseñaron acerca del tema del persistente racismo en Cuba.  Esto se repetiría a medida que estudiantes, taxistas, empleados del hotel, y otros miembros de la sociedad cubana comentaban sobre el legado del prejuicio racial en Cuba.

Los representantes cubanos en la conferencia hicieron un trabajo muy creíble, al lograr que realizáramos mucho más que simples diálogos para consolidar planes concretos que mantengan la comunicación y aseguren un apoyo mutuo para nuestros esfuerzos.

En una de las últimas sesiones plenarias, hubo presentaciones cubanas de activistas comunitarios con proyectos específicos para mejorar las condiciones humanas en Cuba.  Ellos incluyeron reformas en la agricultura, soluciones colectivas entre vecinos para la pobreza y la marginalidad, y esfuerzos para mantener la cultura afrocubana.  Agradecimos a Gilberto Gutiérrez, el principal organizador del evento, por su gran labor y por la invitación.

Agustín y yo queríamos disfrutar un tiempito libre después de finalizada la conferencia; sin embargo también coordinamos nuestras entrevistas investigativas para enfocarnos en las posibilidades cubanas de contribuir al desarrollo sociocultural y educacional de los chicanos americanos.

Antes de salir de San Diego habíamos hecho contacto a través del correo electrónico con varias personas dispuestas a ser entrevistadas, pero llegar a esas personas fue en realidad muy difícil. Casi nadie en La Habana parecía tener una contestadora en sus teléfonos.  Este es uno de los muchos lujos electrónicos que tenemos en Estados Unidos, pero que no se ve en Cuba.  También nos sorprendió el hecho de ver a estudiantes adolescentes caminando en grupos y hablando entre ellos, no vi ningún joven pegado a un Ipod o un celular.

Con mucho esfuerzo  logré concertar tres entrevistas, una con un profesor de Música, cuyo doctorado se centra en la cultura afrocubana; otra con un compañero que participó en la  conferencia y que dirigía un proyecto educacional en La Habana, y por último, con uno de los principales percusionistas de toda la rica historia musical cubana.  Me referiré a estas entrevistas en futuros trabajos.

*Profesor en Filosofía en la Universidad de San Diego