Como dejé de sentirme solo en el mundo

Carlos Fraguela

Paladar en la habana vieja.

HAVANA TIMES — En los años que trabajé en Bejucal conocí en mi trabajo a un hombre fascinante, yo tenía solo 20 años y este hombre que me aventajaba en edad y experiencia contaba 40, estaba casado, con dos hijos y me comentó de su preocupación por la atracción que estaba sintiendo por el cantante Chayanne. De esto hace treinta años. No existía la libertad de hoy.

Me contó que era padre de familia, sin embargo cuando veía al cantante, bailarín, pulcro, alegre y hermoso no podía evitar pensar en fantasía sexual incluyéndolo. Ese hombre era una de las personas más dulces que conocí y sincero, conversábamos mucho. Ese día le dije que a mí también me gustaba el susodicho y que era natural sentirse atraído. Además de la policía y la sociedad, tenemos un censor interno que frena con miedo la incursión en mundos desconocidos.

Por esos tiempos no tenía con quien hablar de temas tabú como la sexualidad, por suerte conocí a un grupo de amigos que han marcado mi vida para siempre. Ellos empezaron a alumbrarme.

Laura Julia es una amiga que no ha sido superada por ninguna otra, llana, sin miedo a hablar de nada, sin una gota de vanidad, su padre fue uno de los fotógrafos de la cinematografía cubana de principios de la revolución (Jorge Herrera). Por ella supe de la ola de suicidios que hubo en las escuelas secundarias en el campo hasta los 80, por la presión que, contra las “desviaciones sexuales” ejercía la escuela.

Senén fue otro amigo que sé que aún no sabe cuánto puso en mi vida de la suya. Vivíamos en albergues del Instituto Cubano de Geodesia y Cartografía durante 24 días del mes y luego tomábamos una semana de descanso en la ciudad de La Habana, en casa. Estar tan cerca de estos amigos gigantes me convirtió en un animal más sensible.

Asuntos de trabajo nos separaron al año de estar juntos, pero sin embargo nunca he dejado de tenerlos siempre presente, además de frecuentarlos escasamente. De Bejucal el trabajo me llevó a Pinar del Rio, donde me quedé cerca de siete años trabajando en campo. Fue la experiencia más ilustradora de la naturaleza humana que tuve.

Éramos 28 hombres, vivíamos en albergues y no les miento si les digo que recibí solicitud de sexo de cinco de mis compañeros en esos siete años, y accedí pues lo necesitaba. Yo vivía muerto de miedo a ser sorprendido. Luego aprendí en el Centro Nacional de Prevención de Infecciones de Transmisión Sexual que las Unidades Militares y los albergues normalmente son lugares de muchísima actividad sexual, aunque el estado machista y puritano lo niega.

En mi opinión, nuestras vidas secretas son lo mejor que tenemos, no así la rutina hipócrita donde quedamos bien con la inhibición mutua y el canon social aceptado. Lo prohibido sigue encantando, la adrenalina nos atrae y cuando no cedemos, solo nos queda control más insatisfacción.

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